El juramento de los Horacios es una obra neoclásica realizada en 1784 por el pintor Jacques-Louis David, que se encuentra en el Museo del Louvre de París. Según el pensamiento ilustrado de la época, la pintura tenía que servir para transmitir grandes valores o ideas. De hecho, un cuadro se consideraba verdaderamente admirable cuando mostraba algo que sirviera de enseñanza pública. Los temas de inspiración eran normalmente la historia sagrada, la mitología clásica o determinados hechos históricos. Por eso a este tipo de arte se le acabó denominando "pintura de historia". En este caso concreto podemos ver dos aspectos complementarios de una historia ejemplar, tomada de la antigüedad romana.
El primer aspecto es de carácter heróico y tiene una repercusión pública. Narra un hecho legendario de las luchas sucedidas en la región del Lacio entre las ciudades de Roma y Alba Longa. Estas dos ciudades mantenían una dura pugna por expandir sus dominios e imponerse una sobre la otra, pero también existían lazos familiares entre ambas. Para evitar más muertes, sus gobernantes decidieron resolver sus diferencias mediante un combate entre los campeones de cada ciudad. Por parte de Roma fueron elegidos tres hermanos de la noble familia de los Horacios, y por parte de Alba Longa fueron designados otros tres hermanos de la noble familia de los Curiáceos. La escena central, enmarcada por los arcos del fondo, muestra el preciso momento en que los Horacios se entregan a la causa de su patria, reciben sus espadas para el combate y prometen dar su vida en beneficio del bien común. La representación hace una referencia alegórica al contrato social de Rousseau, en cuyo texto, publicado en 1762, se hacía una mención expresa a la historia de los Horacios.
El segundo aspecto de la historia es de carácter trágico y se relaciona con el ámbito privado. El menor de los Horacios salió vencedor en el combate, pero al volver a Roma, en medio de la aclamación popular, fue increpado por su hermana Camila, porque estaba prometida a uno de los Curiáceos que había resultado muerto. Indignado por la actitud tan poco patriótica de su hermana, el joven Horacio mató a Camila allí mismo, en presencia de toda la muchedumbre. El asesinato fue justificado por el patriarca de los Horacios, que perdonó a su hijo y defendió ante toda la ciudadanía la necesidad de anteponer el beneficio de toda la comunidad (la razón de Estado) al interés particular (la felicidad personal de la mujer). La escena de la derecha, en la que puede distinguirse un grupo de mujeres y niños dolientes, parece anticipar el final trágico de esta contraposición entre la virtud masculina (ethos) y la pasión femenina (pathos).
El historiador del arte Robert Rosenblum explicó el éxito de la pintura de historia en Francia, a finales del siglo XVIII, por su facilidad para representar grandes ejemplos éticos, que servían de modelo a la sociedad de la época:
«El estudio de la antigüedad grecorromana y los temas de carácter histórico sirvieron de base para inculcar un tipo de virtud que iba a permitir una identificación extraordinaria entre el pasado histórico, por un lado, y las metas políticas cambiantes del presente histórico francés, por otro.»
Lo cierto es que El juramento de los Horacios se convirtió en una síntesis de los valores de integridad moral y renovación social, que en aquel momento se postulaban como una alternativa radical a la degeneración del Antiguo Régimen. Algunos quisieron ver en esta pintura una crítica sutil contra el egoísmo de la aristocracia francesa, y la necesidad de transformar por completo el orden social, en aras de los nuevos ideales cívicos y políticos que se estaban fraguando por entonces, y que terminarían por eclosionar con el estallido de la Revolución Francesa. No en vano, David mostró repetidas veces su compromiso con la causa, ejerció como diputado jacobino en la Asamblea Nacional y, en 1793, votó a favor de la condena a muerte del rey Luis XVI. Su obra artística es un claro ejemplo del arte al servicio de las ideas políticas.
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