La primera fase de la conquista romana de Hispania finalizó en el año 206 a. C., cuando el último reducto cartaginés, Gades, se rindió a las legiones de Publio Cornelio Escipión, en el marco de la Segunda Guerra Púnica. A partir de entonces se inició un período de relativa calma bajo el acertado gobierno del pretor Tiberio Sempronio Graco, la denominada Pax Sempronia, que duró del 179 al 154 a. C. Pero sus sucesores en el cargo prefirieron anteponer su ambición personal, su codicia y su crueldad, cometiendo un sin número de atropellos, abusos y expolios, que instigaron una feroz resistencia entre los pueblos que habitaban la Península Ibérica. Uno de los episodios más terribles de aquella brutalidad fue protagonizado por el cónsul Lucio Lúculo, que destruyó la ciudad de Coca y pasó a cuchillo a todos sus habitantes. Más perversa fue la maniobra del sanguinario Galba, quien atrajo a miles de lusitanos con la promesa de entregarles tierras bajo la protección de Roma, procediendo luego a venderlos como esclavos o matarlos sin compasión.
Es en este contexto en el que hay que entender la sublevación de los lusitanos, dirigida por los caudillos Púnico y Viriato en el año 154 a. C. El levantamiento dio lugar a una tenaz guerra de guerrillas que puso en jaque a los romanos durante catorce años. Ante la imposibilidad de derrotar a Viriato frente a frente, los romanos optaron por sobornar a tres de sus lugartenientes (Audax, Ditalcón y Minuros), para que lo asesinaran mientras dormía. Así sucedió en el 139 a. C. pero los traidores no recibieron su recompensa; cuando fueron a reclamarla, el pretor romano les contestó: «Roma no paga traidores».
Para el historicismo romántico del siglo XIX, la historia de Viriato, como la de Numancia, formaba parte de esa serie de acontecimientos gloriosos que demuestran la irreductible heroicidad de los hispanos frente a un invasor extranjero. Por eso llamó la atención de muchos artistas y escritores de aquella época, que vivieron en unas circunstancias históricas similares, motivadas por la resistencia frente a la ocupación napoleónica. El cuadro que exponemos aquí es un testigo claro de este contexto. Fue pintado por José de Madrazo en 1807, durante su estancia de formación en Roma, y hoy se conserva en el Museo del Prado. Representa el momento en que los soldados lusitanos descubren el cadáver de Viriato en su tienda. Los personajes de la izquierda se lamentan de la terrible pérdida y parecen tomar conciencia del terrible futuro que les aguarda sin su caudillo. Los que se hallan situados al fondo y a la derecha, en cambio, se muestran más decididos y juran venganza. En el centro de la composición, como un foco destacado de luz, se encuentra la cama mortuoria de Viriato, sobre la que se arrojan desesperados otros personajes. El cuello del caudillo muestra la herida que le causó la muerte, como un testigo silencioso de la traición.
El tratamiento de la escena se corresponde con la grandiosidad de la pintura neoclásica, y recuerda mucho a las grandes composiciones de Jacques-Louis David. Las figuras parecen imponentes esculturas clásicas y el telón de fondo se asemeja al de un gran escenario teatral. Por si esto fuera poco, los uniformes y los cascos de algunos soldados parecen griegos, lo que se justifica por la idea neoclásica de que fue la Antigua Grecia la verdadera civilización clásica, mientras que Roma no era más que un pálido reflejo de la anterior. En relación al episodio representado, también hace referencia a cómo la grandeza de la antigua Iberia fue corrompida y finalmente sometida por la conquista romana. Otros detalles estilísticos propios del neoclasicismo son la primacía del dibujo, la suavidad del colorido, la abundancia de drapeados y la grandilocuencia de los gestos, además del elevado contenido moral de la escena: la historia de Viriato es una severa advertencia a los gobernantes sobre la amenaza constante de la traición surgida de entre sus propios seguidores, y una reflexión existencial sobre el destino de los líderes que se muestran invencibles en el campo de batalla pero son trágicamente vulnerables en su propia casa.
"La historia de Viriato, como la de Numancia, forma parte de esa serie de acontecimientos gloriosos que demuestran la irreductible heroicidad de los españoles frente a un invasor extranjero." Espanhóis? Não será Portugueses? "Viriato" de Teófilo Braga, possivelmente nascido em Viseu... O resto da península ibérica foram uns cobardes e traidores!
ResponderEliminarEn aquella época todavía no existían diferencias entre portugueses y españoles. Esas identidades nacionales no se forjaron hasta la Edad Media. Para los romanos eran todos hispanos de Hispania, y étnicamente eran en su mayoría íberos y celtíberos. En cuanto a su cobardía, las fuentes históricas romanas constatan su admiración por el carácter aguerrido de aquellos pueblos, que dificultó enormemente su conquista. En esto se justifican las palabras de Tito Livio:
ResponderEliminar"Hispania, más que Italia y cualquier otro país del mundo, se prestaba a que la guerra se prolongara, tanto por la naturaleza del terreno, como por la de sus habitantes. Así, Hispania fue la primera de las provincias no insulares en la que entraron los romanos y fue también la última en ser pacificada".