La monarquía carolingia se aupó al trono de Francia en el año 751, mediante un golpe de Estado perpetrado por el mayordomo de palacio Pipino el Breve. En realidad, Pipino ya era el verdadero gobernante de los francos desde hacía tiempo, pues el último rey de la dinastía merovingia, Childerico, era una figura meramente decorativa que conservaba su dignidad pero que había delegado prácticamente todas sus funciones. Con el apoyo del Papa de Roma, Pipino fue legitimado como rey «de hecho» y «de derecho» y Childerico enviado a un convento y tonsurado. Entre los pueblos bárbaros, la pérdida del cabello equivalía a la pérdida de la fuerza necesaria para reinar, así que la tonsura era una forma más o menos civilizada de quitarse de en medio a un rival en la línea sucesoria.
Como contraprestación por el apoyo recibido, Pipino creó para el Papa los Estados Pontificios, los defendió de la amenaza de los lombardos y les otorgó la posesión del exarcado de Rávena. Así quedó definitivamente sellado el pacto entre la monarquía carolingia y el Papado. El sucesor de Pipino, Carlomagno mantuvo la alianza y desarrolló una fuerte política expansionista que le llevó a apropiarse de la mayor parte de Italia, Centroeuropa y los Países Bajos. El Papa León III le coronó emperador el día de Navidad del año 800. Entre las obligaciones del nuevo poder imperial se encontraba «defender en todo lugar a la divina Iglesia de Cristo mediante las armas: en el exterior, contra las incursiones de los paganos y la devastación de los infieles; en el interior, protegiéndola mediante la difusión de la fe católica». Dicho de otro modo, el poder político y el poder religioso más importantes en la Europa Occidental se arropaban mutuamente y actuaban de común acuerdo en pos de intereses compartidos. Es comprensible que una situación como ésta tuviera su lógica repercusión en la literatura y el arte de la época, utilizados como eficaces instrumentos de propaganda.
La imagen que exponemos aquí es un buen ejemplo de ello. Se trata de una miniatura perteneciente al Salterio de Carlos el Calvo, de mediados del siglo IX, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Representa a uno de los nietos de Carlomagno, Carlos el Calvo, que heredó el reino de Francia Occidental. El rey está sentado en un riquísimo trono decorado con gemas, apoya sus pies sobre un escabel por encima del nivel del suelo y viste ropas que acreditan su realeza, entre las que destaca el manto dorado. Los atributos de poder corresponden a la iconografía característica de las grandes monarquías medievales: la corona, el cetro y el orbe o bola del mundo, sobre la que se señala una cruz alusiva a la propagación y defensa de la Cristiandad. Pero lo más interesante sin duda aparece en la parte superior de la imagen. La figura de Carlos está resguardada bajo un dosel sostenido por columnas y adornada por ricos cortinajes, con la intención de ensalzarle. Arriba, en el cielo, se vislumbra una mano que legitima su gobierno coronándole «por derecho divino». Finalmente, en el entablamento que remata toda la composición puede leerse este texto:
Como contraprestación por el apoyo recibido, Pipino creó para el Papa los Estados Pontificios, los defendió de la amenaza de los lombardos y les otorgó la posesión del exarcado de Rávena. Así quedó definitivamente sellado el pacto entre la monarquía carolingia y el Papado. El sucesor de Pipino, Carlomagno mantuvo la alianza y desarrolló una fuerte política expansionista que le llevó a apropiarse de la mayor parte de Italia, Centroeuropa y los Países Bajos. El Papa León III le coronó emperador el día de Navidad del año 800. Entre las obligaciones del nuevo poder imperial se encontraba «defender en todo lugar a la divina Iglesia de Cristo mediante las armas: en el exterior, contra las incursiones de los paganos y la devastación de los infieles; en el interior, protegiéndola mediante la difusión de la fe católica». Dicho de otro modo, el poder político y el poder religioso más importantes en la Europa Occidental se arropaban mutuamente y actuaban de común acuerdo en pos de intereses compartidos. Es comprensible que una situación como ésta tuviera su lógica repercusión en la literatura y el arte de la época, utilizados como eficaces instrumentos de propaganda.
La imagen que exponemos aquí es un buen ejemplo de ello. Se trata de una miniatura perteneciente al Salterio de Carlos el Calvo, de mediados del siglo IX, que se conserva en la Biblioteca Nacional de París. Representa a uno de los nietos de Carlomagno, Carlos el Calvo, que heredó el reino de Francia Occidental. El rey está sentado en un riquísimo trono decorado con gemas, apoya sus pies sobre un escabel por encima del nivel del suelo y viste ropas que acreditan su realeza, entre las que destaca el manto dorado. Los atributos de poder corresponden a la iconografía característica de las grandes monarquías medievales: la corona, el cetro y el orbe o bola del mundo, sobre la que se señala una cruz alusiva a la propagación y defensa de la Cristiandad. Pero lo más interesante sin duda aparece en la parte superior de la imagen. La figura de Carlos está resguardada bajo un dosel sostenido por columnas y adornada por ricos cortinajes, con la intención de ensalzarle. Arriba, en el cielo, se vislumbra una mano que legitima su gobierno coronándole «por derecho divino». Finalmente, en el entablamento que remata toda la composición puede leerse este texto:
«CUM SEDEAT KAROLUS MAGNO CORONATUS HONORI EST IOSIAE SIMILIS PARQUE THEODOSIO (Cuando Carlos está sentado, coronado con gran honor, es semejante a Josías e igual a Teodosio)»
Josías es uno de los reyes de Israel citados en el Antiguo Testamento y Teodosio fue el último de los grandes emperadores romanos, responsable de la división del imperio en dos mitades, una occidental y otra oriental, en el año 395. Mediante la inclusión de este texto, Carlos el Calvo pretendía vincular el poder de los carolingios con la tradición bíblica judeocristiana y con el mundo clásico. Lo primero se explica por la alianza de la monarquía con el Papado y por su compromiso de defender los valores de la Cristiandad. Lo segundo tiene que ver con el renacimiento de la cultura latina experimentada durante esta época, pero sobre todo con el deseo personal de atribuirse la dignidad imperial. No en vano, Carlos el Calvo se disputó el título de emperador con sus otros hermanos, Lotario y Luis el Germánico, hasta que entre todos decidieron la división del imperio carolingio en tres reinos, mediante el Tratado de Verdún, en el año 843. Esta división, establecida igual que hizo Teodosio en su momento, no fue impedimento, sin embargo, para que Carlos el Calvo consiguiera finalmente ser nombrado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, en el año 875.
Muchas gracias, esta información me será de gran utilidad a la hora de redactar mi TFG.
ResponderEliminarCuál es la técnica dimensiones y autor de los cuadros
ResponderEliminarHola. Tienes más información sobre esta obra aquí: https://gallica.bnf.fr/ark:/12148/btv1b55001423q/f12
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