Esta encantadora obra de Jean Chardin es una de las mejores representaciones artísticas que se han hecho sobre el juego infantil. Se trata de un cuadro de medio tamaño pintado al óleo en 1738, que se encuentra en el Museo del Louvre de París y hasta hace pocos días hemos tenido la oportunidad de verlo aquí en Madrid, en una exposición en el Museo del Prado. Es el retrato de Auguste-Gabriel, el hijo menor de un importante joyero llamado Charles Godefroy. La posibilidad de que un miembro de la burguesía encargase una obra de arte a un pintor de renombre, así como el elegante vestuario del niño, compuesto de camisa, chaleco, casaca y peluca, son un claro indicativo de los cambios sociales que se estaban produciendo en Francia en la primera mitad del XVIII, y que concluirían a finales de siglo con la disolución del orden estamental.
El cuadro muestra al muchacho en un momento de relax, absorto en la contemplación de una peonza que gira encima de la mesa. En esta mesa se distingue, en segundo plano, un par de libros, un rollo de papel, una pluma y un tintero. En la parte delantera sobresale una tiza de un cajón entreabierto en el que seguramente se amontonan otros elementos de escritorio. El fondo del cuadro es neutro, aunque está ligeramente animado por una serie de líneas verticales que confieren quietud y estabilidad a la composición. Lo cierto es que la pintura guarda un perfecto equilibro: el elemento más destacado por la iluminación es el rostro del niño, a la derecha, sabiamente contrapesado por la pluma y el rollo de papel blancos, a la izquierda.
La interrelación entre el juguete y los libros encima de la mesa supone una referencia clara a la dualidad entre el ocio y el trabajo, o en este caso concreto, las obligaciones escolares. El acceso a la educación no era una posibilidad real para todas las capas sociales aunque fue uno de los grandes anhelos del Siglo de las Luces, como se manifiesta en la obra de Rousseau y otros filósofos ilustrados. Así que los libros y el material escolar muestran inequívocamente que Auguste-Gabriel podía estudiar y que su familia se preocupaba de ello, participando de las novedades intelectuales de la época. Pero, por otra parte, es sólo un niño y el juego es la actividad más característica de la infancia. Así que la imagen le representa en un momento de descanso, jugando con la peonza después de terminar sus deberes. Aún con todo, el muchacho está observando el movimiento de la peonza con una actitud profundamente analítica, como si se tratase de un pequeño científico que se encuentra estudiando las leyes de la dinámica. El juego y la educación quedan entonces profundamente interconectados.
Desde el punto de vista de la antropología, el juego está relacionado con las necesidades físicas, psíquicas y espirituales de cada sociedad y puede tener diversas funciones: entrenamiento de habilidades, expresión de aspectos de la cultura, representación simbólica, medio de relajación y evasión, o simple actividad de ocio para el tiempo libre. Las teorías culturalistas, postuladas por Huizinga y Caillois, remarcan la importancia del juego como transmisor de patrones culturales, tradiciones y costumbres, percepciones sociales, valores y hábitos de conducta. Otros autores como Vygotski y Elkonin, consideran que el juego es un recurso que facilita el conocimiento e inserción del niño en el medio sociocultural, facilitando su dominio progresivo de los objetos y espacios del entorno. Todo esto se muestra en la imagen de Chardin, en el que el niño está aprendiendo mediante una actividad lúdica que se desarrolla precisamente en un entorno educativo.
Volviendo a la peonza, que para mí es el elemento protagonista del cuadro, conviene destacar su presencia como una de las representaciones de juguetes más explícitas en toda la Historia del Arte. Pinon ha estudiado la evolución histórica del juguete y la ha clasificado en tres grandes etapas: una primera etapa en la que los juguetes eran elaborados manualmente por los propios niños o por sus padres, a partir de materiales sencillos; una segunda etapa, que coincide con la Edad Moderna, en la que los juguetes eran manufacturados y comercializados a pequeña escala por artesanos especializados; y una última etapa, a partir del siglo XX, en la que los juguetes son fabricados industrialmente y destinados al consumo de masas. La peonza de nuestro cuadro es un juguete típico de la segunda etapa, construido de forma más o menos rudimentaria pero con un valor de pieza única que favorece una conexión emotiva muy intensa entre el jugador y el juguete. Hay que pensar que este tipo de juguetes eran escasos y en ocasiones eran probablemente los únicos de que disponía un niño para toda su infancia.
La forma en que Auguste-Gabriel Godefroy está mirando a su juguete denota una maravillosa emotividad contenida. Es una preciosa mezcla de orgullo por la posesión de la peonza, como si fuera un pequeño tesoro, y también de autoestima por su propia destreza a la hora de hacerla girar. En definitiva, el artista ha logrado representar un instante congelado en el tiempo, en el que tanto el niño como nosotros, los espectadores, nos encontramos contemplando el sutil balanceo de la peonza. Una actividad, en apariencia, superflua y banal pero cargada de enorme significación para la mente y los sentimientos de un niño.
MÁS INFORMACIÓN:
http://cartelfr.louvre.fr/cartelfr/visite?srv=car_not_frame&idNotice=10854
Desde el punto de vista de la antropología, el juego está relacionado con las necesidades físicas, psíquicas y espirituales de cada sociedad y puede tener diversas funciones: entrenamiento de habilidades, expresión de aspectos de la cultura, representación simbólica, medio de relajación y evasión, o simple actividad de ocio para el tiempo libre. Las teorías culturalistas, postuladas por Huizinga y Caillois, remarcan la importancia del juego como transmisor de patrones culturales, tradiciones y costumbres, percepciones sociales, valores y hábitos de conducta. Otros autores como Vygotski y Elkonin, consideran que el juego es un recurso que facilita el conocimiento e inserción del niño en el medio sociocultural, facilitando su dominio progresivo de los objetos y espacios del entorno. Todo esto se muestra en la imagen de Chardin, en el que el niño está aprendiendo mediante una actividad lúdica que se desarrolla precisamente en un entorno educativo.
Volviendo a la peonza, que para mí es el elemento protagonista del cuadro, conviene destacar su presencia como una de las representaciones de juguetes más explícitas en toda la Historia del Arte. Pinon ha estudiado la evolución histórica del juguete y la ha clasificado en tres grandes etapas: una primera etapa en la que los juguetes eran elaborados manualmente por los propios niños o por sus padres, a partir de materiales sencillos; una segunda etapa, que coincide con la Edad Moderna, en la que los juguetes eran manufacturados y comercializados a pequeña escala por artesanos especializados; y una última etapa, a partir del siglo XX, en la que los juguetes son fabricados industrialmente y destinados al consumo de masas. La peonza de nuestro cuadro es un juguete típico de la segunda etapa, construido de forma más o menos rudimentaria pero con un valor de pieza única que favorece una conexión emotiva muy intensa entre el jugador y el juguete. Hay que pensar que este tipo de juguetes eran escasos y en ocasiones eran probablemente los únicos de que disponía un niño para toda su infancia.
La forma en que Auguste-Gabriel Godefroy está mirando a su juguete denota una maravillosa emotividad contenida. Es una preciosa mezcla de orgullo por la posesión de la peonza, como si fuera un pequeño tesoro, y también de autoestima por su propia destreza a la hora de hacerla girar. En definitiva, el artista ha logrado representar un instante congelado en el tiempo, en el que tanto el niño como nosotros, los espectadores, nos encontramos contemplando el sutil balanceo de la peonza. Una actividad, en apariencia, superflua y banal pero cargada de enorme significación para la mente y los sentimientos de un niño.
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Este quadro é do acervo do Museu de Arte de São Paulo - MASP - Brasil
ResponderEliminarExisten dos versiones de la misma obra realizadas por el propio Chardin. La de Sao Paulo es de 1735 y los colores son un poco más oscuros; la del Louvre es de 1738 y es la que se reproduce aquí.
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