
En el corto período de tiempo que va desde la proclamación hasta la partida de Felipe, Luis XIV encargó a su pintor de cámara Hyacinthe Rigaud, que realizase un retrato del nuevo rey de España. Esta circunstancia dio pie a que Felipe pidiera a su vez un retrato de su abuelo, el propio Luis XIV, que también fue encomendado a Rigaud. Los dos retratos, por tanto, están relacionados y fueron ejecutados con la intención expresa de enviarlos a la corte de Madrid, como imagen paradigmática de la dinastía Borbón. La calidad de los cuadros, no obstante, hizo que Luis XIV decidiera conservarlos para sí y al final nunca salieron de Versalles, aunque se hicieron copias de ambos que hoy están en el Palacio Real de Madrid. Es sintomático, por otra parte, que el retrato del rey francés sea de mayor tamaño, marcando así la jerarquía o la descendencia de la joven monarquía española respecto de los Borbones de Francia.

Los elementos iconográficos «españoles» son fundamentalmente el traje negro de golilla, la espada, el collar con el toisón de oro, el trono y la corona encima de la mesa. El traje negro estaba totalmente en desuso en aquel momento y además se identificaba con la moda impuesta por los Habsburgo desde Felipe II, así que debe entenderse como una auténtica concesión a las costumbres hispanas. De esta forma, Felipe V se presentaba ante sus súbditos como un monarca españolizado. El trono o sillón y la corona o un casco encima de la mesa son habituales en la iconografía política y fueron introducidos en los retratos de los reyes españoles por Tiziano, Velázquez o Carreño, entre otros. La espada hace referencia al poder militar de la monarquía hispánica, que es uno de sus atributos fundamentales, y el toisón de oro alude a la orden de caballería de la cual los Habsburgo fueron siempre miembros destacados.
La estética «francesa» se manifiesta en la grandilocuencia de los paños, sobre todo el telón de la parte superior, el mantel de la mesa que arrastra por el suelo y la capa negra del rey, que se revuelve desproporcionada, en clara imitación del armiño que viste Luis XIV en el otro retrato. Todo ello proporciona una pompa y boato fastuosos, con los que Rigaud construyó un escenario muy espectacular, casi teatral, acorde con la dignidad del personaje. Sobre este aspecto conviene destacar la capacidad técnica del artista y su destreza en el manejo del color, que le permitió resaltar los brillos del terciopelo y hacer contrastar los fondos oscuros con tres puntos de luz significativos a nivel formal e iconográfico: la espada, el rostro y la mano sobre la corona. Además de lo apuntado, hay otros elementos indiscutiblemente ligados a la moda francesa, como son la peluca y la propia pose del retratado.
En definitiva, el retrato de Felipe V realizado por Rigaud es un claro ejemplo de propaganda política, que pretende mostrar al nuevo monarca como legítimo sucesor al trono de España, a pesar de que fuera extranjero. La falta de retratistas de calidad en la corte de Madrid y la lógica predilección por el ambiente cultural de su país de origen, hicieron que la nueva dinastía se decidiera a construir su imagen artística a partir de modelos netamente franceses o en cierta medida híbridos, como el de este retrato. Como consecuencia de ello, la pintura que se hizo en España durante la primera mitad del siglo XVIII estuvo orientada por la influencia del propio Rigaud y de otros artistas franceses que vinieron a trabajar desde Francia para Felipe V, como Jean Ranc o Van Loo.
que estupendo retrato reflejando la cultura española y francesa combinada en este retrato.
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