Esta obra conservada en el Museo Nacional del Bardo, en Túnez, es un mosaico romano de finales del siglo II que representa una carrera de cuadrigas celebrada en el circo de Cartago. Aunque el tema parece banal, es una buena muestra de las costumbres sociales de los romanos y además está profundamente conectado con importantes aspectos culturales y políticos.
Los romanos heredaron de los griegos y los etruscos la afición por cualquier tipo de deporte, y en especial por las carreras de caballos. Inicialmente tenían un carácter religioso, principalmente funerario, pero con el tiempo terminaron convertidos en una diversión popular. Existen referencias literarias de estas competiciones desde muy antiguo. Una de las más conocidas es la que tiene que ver con el primer vencedor de los Juegos Olímpicos, el héroe Pélope. Gracias a la ayuda de Poseidón y a una trampa urdida por él mismo, Pélope venció al tirano Enomao en una singular carrera de carros. Según el mito, Pélope sobornó al cochero real, Mirtilo, para que aserrara el eje del carro de Enomao. El carro se rompió durante la carrera y Enomao fue arrastrado por sus propios caballos hasta la muerte. Como resultado de ello, Pélope obtuvo la victoria, se casó con Hipodamía, la hija de Enomao, y se convirtió en rey de Olimpia y de todo el Peloponeso, que desde entonces recibió ese nombre en su honor (Peloponeso significa «la isla de Pélope»).
El caso es que las carreras hípicas, al igual que otras competiciones deportivas, se hicieron extremadamente populares en el mundo clásico y acabaron convertidas en auténticos spectacula porque estaban abiertas a la expectación de los hombres. La palabra latina que designaba este tipo de actividades era ludus, que significa «juego». Los romanos diferenciaban varios tipos de juegos, según su contenido y el lugar en el que se desarrollaban: los ludi scaénici, por ejemplo, eran las comedias que se representaban en el teatro; los ludi gimnásticos eran concursos atléticos de salto, carreras, lanzamiento, fuerza y lucha; los ludi gladiatori eran los combates de gladiadores que tenían lugar en el anfiteatro y que a veces incluían venationes o luchas contra bestias salvajes como leones u osos; por último, los ludi circensi eran específicamente las carreras de caballos o de carros que se realizaban en el circo.
Estos espectáculos eran organizados y financiados por los magistrados o cónsules, como una de sus principales tareas de gobierno así como un inmejorable medio para adquirir popularidad y prestigio ante la ciudadanía. Se celebraban al aire libre, generalmente desde la primavera hasta el mes de noviembre, y el pueblo asistía a ellos de forma gratuita. Durante la época imperial fue aumentando el número de ocasiones en que se celebraban juegos, hasta el punto de que más de la mitad del calendario anual romano acabó siendo festivo, a pesar de las numerosas críticas enunciadas a este respecto por filósofos estoicos como Cicerón. Los emperadores se hicieron conscientes del valor simbólico de los juegos como ejercicio de propaganda política y los utilizaron con una función intencionadamente anestésica, para desviar la atención de las masas respecto de los problemas sociales y económicos.
De todos los juegos, las carreras hípicas del circo eran las más que mayor afición despertaban entre las masas populares. Aparte de las carreras con jinete, existían diversas categorías según el número de caballos que se uncían al carro: bigas, trigas, cuadrigas, seyugas y otros tipos carros tirados por grupos de ocho e incluso diez animales. Los carros eran conducidos por esclavos o libertos que recibían el nombre de aurigas y estaban mejor considerados socialmente que los gladiadores o los actores de teatro. Incluso algunos emperadores como Calígula y Nerón se atrevieron a conducir sus propios carros. En la pista, tanto los aurigas como los arreos de los carros se diferenciaban por colores (verde, azul, rojo y blanco). Cada color representaba un equipo o facción formada por los mecenas y seguidores que se ocupaban de los gastos de mantenimiento de los caballos y los sueldos de los aurigas, mozos, adiestradores, veterinarios, etc. Las carreras hípicas movían una cantidad de dinero inaudita, no sólo en relación a los gastos habituales y a los premios para los vencedores, sino sobre todo por el montante de las apuestas que generaban.
En el mosaico de Túnez se distingue a cuatro cuadrigas compitiendo en el circo, del cual se ha intentado representar la estructura arquitectónica, las gradas con sus respectivas salidas o vomitorios, los pabellones donde se sentaban las autoridades, la espina central en torno a la cual se circulaba y las carceres, a la derecha, donde aguardaban los carros y los caballos antes de salir a la pista. En la esquina inferior derecha se distingue un personaje a pie que sostiene un ánfora, probablemente el premio para el vencedor.
La obra está realizada con escasa pericia pero nos permite comprender los principales elementos y el modo en que se desarrollaban estos juegos circenses durante el Imperio Romano. Es significativo además que el acontecimiento reflejado ocurriera en una ciudad conquistada del norte de África, como lo fue Cartago. Ello nos permite suponer que las carreras de cuadrigas se convirtieron en una manifestación cultural no exclusivamente grecorromana, sino extendida a lo largo y ancho de todo el Mediterráneo.
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