En respuesta a uno de nuestros lectores, que hace pocos días solicitaba en este blog un post dedicado a alguna obra de la catedral de Toledo, presentamos hoy un raro ejemplo de arte aplicada que se conserva en su sacristía. Se trata de la almohada de Sancho IV el Bravo, rey de Castilla cuyo sepulcro se encuentra en el lado de la Epístola de la capilla mayor de la citada catedral. Es un almohadón rectangular, de 70 x 50 cm, confeccionado entre los años 1284 y 1295. Está orlado con brocados que dibujan rombos dentro de los cuales se disponen leones rampantes en verde sobre campo de oro, y series de nueve flores de lis doradas sobre campo rojo. Este ritmo decorativo se ve interrumpido por dos bandas paralelas de color azul verdoso, que enmarcan una cenefa con águilas inscritas en estrellas.
La suntuosa pieza se relaciona con un interesante y valioso conjunto de filosedas o medias sedas (tejidos compuestos, con ligamento de sarga), que comparten esta misma temática heráldica acuartelada, con castillos y leones, típica de las artes decorativas cortesanas del siglo XIII. Otros motivos, no obstante, obedecen a una cierta inspiración islámica, como la inclusión de parejas de grifos y la presencia de bandas que imitan de forma tosca inscripciones en letra cúfica, en recuerdo de la antigua escritura andalusí. Otras obras de similares características y cronología son las siguientes: los seis forros de ataúd conservados en el Monasterio de las Huelgas, la tela que cubría el cuerpo de Alfonso X en su enterramiento de la catedral de Sevilla, y el forro del ataúd del Infante Don Alfonso, hijo de Sancho IV, que se conserva en el Museo de Valladolid, así como la capa del Abad Biure y la dalmática de Ambazac.
Todas estas telas se relacionan con una importante corriente de gusto mudéjar que impregnó el arte producido en torno a la corte de Castilla durante todo el siglo XIII. Este tipo de tejidos era probablemente realizado por artesanos mudéjares por encargo directo de la corona, como prueba la introducción de elementos heráldicos de la monarquía castellano-leonesa. Más allá de una simple imitación de la cercana y a la vez exótica cultura árabe, esta moda otorgó auténtico sello de identidad a la vida cotidiana de una nobleza que disfrutaba participando de un ambiente de lujo y ostentación, acorde con su posición social.
Éste fue el sentido que inspiró el comportamiento del malogrado Don Fernando de la Cerda, hermano de Sancho IV y primer heredero al trono. Su ajuar funerario, conservado en el Monasterio de las Huelgas de Burgos, se corresponde con las riquezas dignas de un auténtico príncipe. Comprende dos cojines, un manto, la espada, las espuelas, un anillo, el birrete, un pellote, una saya, un cinto o talabarte, la tela de seda que hacía de forro y otra que adornaba el exterior del ataúd de madera de pino. Del sepulcro toledano de Sancho IV, en cambio, sólo se rescató la corona, la espada, las espuelas, el manto o edredón mortuorio y esta almohada.
La explicación de esta diferencia de lujo tenemos que buscarla en consonancia con la iconografía de su sepulcro: el yacente huye de toda pompa y atributo temporal, tan frecuente en los mausoleos reales, y va vestido con el hábito franciscano entonando el «mea culpa» con su mano derecha. La figura representa la contrición humilde y penitencial del monarca, consciente del sentido trágico que adquirió su trayectoria vital (su difícil legitimación al trono, la maldición recibida de su padre Alfonso X, el matrimonio con su prima, no reconocido por la Iglesia, la amenaza de excomunión por parte del Papa Martín IV, etc.). Por esa necesidad fervorosa de alcanzar la redención, Sancho IV el Bravo realizó una última profesión de fe mediante la vía ascética de la purificación y la renuncia a los bienes terrenales, siguiendo el modelo de perfecto cristiano.
Original, doc, no se me ocurre otro adjetivo para calificar su elección de una obra de la Catedral de Toledo,..., original, sí señor. Me ha dejado usted sin palabras. Buen análisis, maestro.
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