Volvemos a publicar en nuestro blog después
de habernos por fin liberado de las múltiples obligaciones que nos han tenido
distraído en los últimos meses. La obra que traemos hoy es un pequeño dibujo de
Arturo Mélida, del año 1883, que representa de forma alegórica las andanzas del
célebre guerrillero Juan Martín, El Empecinado. Incluimos arriba el dibujo
esbozado con carboncillo, y más abajo un grabado realizado a
partir del primero.
Arturo Mélida y Alinari (1849-1902) es quizás
un nombre que resulte poco conocido a primera vista. Sin embargo, fue uno de
los artistas más versátiles del siglo XIX español. Procedente de una familia
especialmente dotada (su hermano Enrique fue pintor y su hermano José Ramón,
arqueólogo), Arturo Mélida se formó en la Escuela Superior de Arquitectura de
Madrid y llegó a trabajar prácticamente todas las artes, desde la arquitectura
hasta el cartelismo. Son obras suyas el Monumento a Cristóbal Colón del Paseo
de Recoletos, en Madrid (1885), y la tumba del mismo personaje en la Catedral
de Sevilla (1891), además de las pinturas de la biblioteca del Palacio de las
Cortes, del teatro del Ateneo y de la Casa de la Panadería, en la
Plaza Mayor Madrid.
En arquitectura se apuntó al eclecticismo, basado en mezclar
varios estilos históricos, concretamente el mudéjar, el gótico de la época de
los Reyes Católicos y el plateresco. Gracias a su profundo conocimiento de la
Historia del Arte pudo encargarse de la restauración del monasterio de San Juan
de los Reyes, en Toledo, en 1882. El claustro de ese edificio, muy deteriorado
a consecuencia de la Guerra de la Independencia contra los franceses, fue
reconstruido respetando al máximo las referencias originales que quedaban,
aunque también ha sido criticado por considerarlo una obra por completo nueva.
Aneja al monasterio construyó la Escuela de Artes y oficios, sin duda uno de
los ejemplos más interesantes de la arquitectura historicista de finales del siglo
XIX.
El dibujo de El Empecinado que analizamos aquí
fue incluido en la edición de los Episodios
Nacionales de Benito Pérez Galdós, publicada en 1883. Es una escena de
pequeño tamaño y formato ovalado, rodeado por una cenefa con la inscripción «JUAN
MARTÍN EL EMPECINADO» y abajo la firma del autor junto a la fecha.
Muestra al guerrillero personificado como un
zorro que acecha con un trabuco, escondido detrás de un árbol, a un águila que
no es consciente de su presencia. El zorro es un animal que popularmente se
identifica con la astucia o la sagacidad, así que resulta muy adecuado para resumir
las virtudes de El Empecinado. Por su parte, el águila coronada es un símbolo imperial, que
en este caso se asocia a Napoleón por la «N» escrita en la bola del mundo que
el ave sostiene entre las garras. El mensaje está claro: los ejércitos
imperiales de Napoleón son hostigados y atacados sorpresivamente por partidas
de guerrilleros como las de El Empecinado. Exactamente de este modo era descrito en este
pasaje de los Episodios Nacionales,
vol. 9, cap. V:
«En las guerrillas no
hay verdaderas batallas; no hay ese duelo previsto y deliberado entre ejércitos
que se buscan, se encuentran, eligen terreno y se baten. Las guerrillas son la
sorpresa y para que haya choque es preciso que una de las partes ignore la
proximidad de la otra. La primera cualidad del guerrillero, aún antes del
valor, es la buena andadura, porque casi siempre se vence corriendo. Los
guerrilleros no se retiran, huyen, y el huir no es vergonzoso entre ellos. La
base de su estrategia es el arte de reunirse y dispersarse. Su principal arma
no es el trabuco ni el fusil, es el terreno.»
Juan Martín Díaz nació en Castrillo de Duero (Valladolid) en 1775, y murió en roa (Burgos) en 1825. Era labrador, y el sobrenombre de «Empecinado» le viene por una ciénaga negra o pecina que había en las cercanías de su pueblo. En 1808 se levantó en armas contra los invasores franceses, organizando una guerra de guerrillas que se convirtió en una auténtica pesadilla para los ejércitos de Napoleón. En cierto modo, El Empecinado es considerado el iniciador de este tipo de estrategia militar durante la Guerra de la Independencia, y desde luego el más temido y eficaz de todos los guerrilleros españoles. Actuó principalmente en las provincias de Cuenca, Guadalajara y Madrid, coordinando las escaramuzas de pequeños grupos de partisanos que trataban de hostigar a los franceses.
Los triunfos aumentaron su fama, hasta el
punto de considerársele un héroe nacional, y las tropas napoleónicas llegaron a
ofrecer recompensas por su captura. Pero su caída en desgracia no fue culpa de
los franceses sino, como suele ser tristemente habitual, de los propios
españoles. El Empecinado comenzó a ser conocido por sus ideas liberales, que se
oponían al absolutismo reinstaurado por el rey Fernando VII al término de la
guerra. En enero de 1820 Juan Martín tomó parte del pronunciamiento militar de
Rafael de Riego y ocupó varios cargos políticos y militares durante el Trienio
Liberal. Pero la entrada en España de los Cien Mil Hijos de San Luis y la
vuelta al poder de Fernando VII, en 1823, provocaron el arresto de El
Empecinado en Roa.
Según el historiador Josep Fontana, Fernando
VII había intentado que El Empecinado renegase de la Constitución Liberal de
Cádiz y se uniera a los Cien Mil Hijos de San Luis, ofreciéndole un título
nobiliario y una cuantiosa renta. La respuesta de El Empecinado fue la
siguiente: «Diga usted al rey que si no quería la Constitución, que no la
hubiera jurado; que El Empecinado la juró y jamás cometerá la infamia de faltar
a sus juramentos».
El guerrillero fue juzgado sumariamente por
traición a la Corona. Durante dos años se le sometió a un terrible cautiverio,
en los cuales llegó a ser exhibido dentro de una jaula para escarnio público, y
finalmente fue ahorcado en 1825. Su ejecución no estuvo exenta de heroísmo pues
logró romper las esposas con que le ataban de camino al patíbulo, agarró
una espada y trató de escapar entre la multitud, provocando el pánico y el desconcierto.
Finalmente fue apresado, amarrado con una soga por en medio del cuerpo y,
según el testimonio del alcalde de Roa, «quedó colgado con tanta violencia que
una de las alpargatas fue a parar a doscientos pasos de lejos, por encima de
las gentes. Y se quedó al momento tan negro como un carbón».
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