La
Conversión de Recaredo es un gran cuadro realizado por Antonio Muñoz Degrain en
1888. Mide 3,5 x 5,5 m y se conserva en el edificio del Senado, en Madrid. El
valenciano Muñoz Degrain se formó en la Academia de Roma y recibió numerosos
premios en las Exposiciones Nacionales de Pintura de finales del siglo XIX. Dedicado
mayormente al paisaje, también destacó en la llamada «pintura de historia», muy
característica de aquel período. Sus obras Otelo
y Desdémona (1881), Los amantes de
Teruel (1884) o esta que reproducimos aquí son buenos ejemplos de este
género singular, que pretendía rememorar y con frecuencia exaltar los grandes
acontecimientos y personajes de la historia y la literatura.
En este caso el hecho representado aconteció en
realidad el 8 de mayo del año 589, durante el III Concilio de Toledo celebrado
en la basílica de Santa Leocadia. Así lo refiere una inscripción incluida en la
base de la plataforma dorada sobre la que se desarrolla la escena principal. En
ella el rey Recaredo jura solemnemente su adhesión al catolicismo, adjurando
del arrianismo que hasta entonces había sido la religión oficial del reino
visigodo. Según la teatralizada visión del pintor, el juramento es realizado
sobre las Sagradas Escrituras, colocadas en el centro de la composición, bajo
la atenta mirada de la reina Badda (junto al monarca) y el arzobispo San Leandro
(en el extremo izquierdo, coronado por un nimbo). A la derecha, un grupo de
nobles presentan ofrendas de oro, mirra y agua mientras que otros personajes de
la corte se asoman desde una tribuna trasera.
El historiador del arte Carlos Reyero explica
que es una obra extraordinariamente audaz desde el punto de vista formal. La
técnica pictórica es pastosa y el colorido exuberante e imaginativo,
especialmente en los brocados de las telas y en los brillos de los metales y las
joyas, que resplandecen de manera fantástica como resultado de osados efectos
de luz. Un aspecto interesante es el esfuerzo de reconstrucción arqueológica
del escenario, justificado por el propio artista porque «todo asunto histórico
exige […] un estudio detenido, no sólo de la historia política y social, sino
también de las costumbres, la indumentaria, la manera de ser y los detalles más
nimios». A pesar del esfuerzo, el resultado es una mezcla bastante ecléctica de
arquitectura paleocristiana y mosaicos bizantinos, ornamentada con las coronas
votivas del tesoro visigodo de Guarrazar.
Históricamente, el III Concilio de Toledo fue
el primero organizado con carácter general para todas las provincias de la España
visigoda. Los concilios eran reuniones de representantes de la Iglesia, que
eran convocados por la monarquía para deliberar sobre asuntos teológicos, litúrgicos
y de disciplina eclesiástica pero también sobre otros de interés común, como la
aprobación de tributos. Su periodicidad era bastante irregular y dependían de
circunstancias muy diversas, como el acceso al trono de un nuevo rey que pedía
el apoyo del poder religioso para confirmar su legitimidad. De hecho, los reyes
visigodos participaron activamente en muchas sesiones de los concilios, en las
que entregaban a los obispos un «tomus regius» o agenda de los temas que
deseaban que se tratasen. Al término de cada concilio, que duraba varios días,
se revisaban cuidadosamente las actas donde se recogían los principales
acuerdos. Éstas eran firmadas por todos los obispos y los magnates («seniores
gothorum»), y finalmente sancionadas por el rey, lo que otorgaba a aquellos acuerdos
fuerza legal en el plano civil.
El compromiso más importante surgido del III
Concilio de Toledo fue la imposición del catolicismo como religión oficial del
reino visigodo. Esta decisión, inspirada por San Leandro, tuvo como objetivo la
unificación religiosa de la Península Ibérica, que hasta entonces se dividía
entre católicos y arrianos, lo que había provocado dos graves problemas: primero
la escisión social existente entre la élite visigoda (arriana) y la gran
mayoría de la población hispanorromana (católica); y segundo la aparición de frecuentes
conflictos, como la rebelión liderada por el hermano de Recaredo, el católico Hermenegildo,
contra su padre Leovigildo en el invierno de 579-580. Así pues, la conversión de
la nobleza goda, con Recaredo a la cabeza, estuvo motivada por el deseo de restablecer
la paz y de acercar al grueso de la población hispanorromana a sus gobernantes visigodos.
Son menos claras otras razones personales que pudieron mover a Recaredo a tomar
tal decisión, aunque el Papa San Gregorio Magno insinuó que fue por seguir el
ejemplo de Hermenegildo.
El cuadro de Muñoz Degrain ofrece una visión solemne
y glorificadora de aquel acontecimiento, muy del gusto de la pintura de
historia del siglo XIX. La Conversión de
Recaredo fue un encargo oficial destinado a decorar el Salón de
Conferencias del Palacio del Senado. El tema pretendía subrayar la importancia
de la unificación religiosa llevada a cabo por el rey visigodo, que según la
historiografía decimonónica se interpretaba como la primera muestra de la
unidad de España. Por esta razón fue acogido con grandes alabanzas, hasta el
punto de que los senadores acordaron pagar al pintor el doble de lo que habían acordado
previamente.
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