En la Sala
Capitular de la Catedral de Toledo se exhibe una larga galería de retratos de
los arzobispos de la iglesia primada de España, desde sus primeros tiempos
hasta la actualidad. Los primeros 32 retratos fueron pintados por Juan de
Borgoña en torno a 1508, por orden del Cardenal Cisneros. A partir del Cardenal
Tavera, la serie fue continuada por otros grandes pintores como Comontes,
Carvajal, Tristán, Rizi, Goya o Vicente López. El conjunto es un poco
repetitivo en cuanto a la composición de los retratos y la vestimenta; sólo
algunas variaciones en la posición de cada personaje o en el colorido le
confieren cierto dinamismo. Sobresale el retrato de Cisneros por representarle
de perfil, mirando hacia la derecha, como es característico en todos sus
retratos pintados y también en el famoso medallón de alabastro esculpido por
Felipe Bigarny para la Universidad de Alcalá, en 1518.
Los retratos
seriados constituyen una tipología artística peculiar que obedece al deseo de conmemorar o legitimar la
historia. Muestran una sucesión de reyes, gobernantes, o en este caso
arzobispos, con una importante significación emblemática que justifica el
presente a través del pasado. Fueron bastante frecuentes en la historia del
arte español, con ejemplos destacados en Sala de los Reyes de la Alhambra de
Granada (hacia 1380), en la antigua Galería del Palacio de El Pardo (a fines
del siglo XVI), en la Sala de los Reyes del Alcázar de Segovia (renovada en
1591), en el Palacio del Buen Retiro (hacia 1634), y en el Salón de Comedias del
Alcázar de Madrid (hacia 1639), entre otros. Para una persona de orígenes hidalgos,
como era Cisneros, costear una decoración así en un espacio tan significativo
como la Sala Capitular de la Catedral de Toledo, donde se reunían los canónigos
para tomar decisiones, constituía una elocuente manifestación de su poder. Al
retratarse al final de una larga sucesión de arzobispos, se legitimaba a sí
mismo como autoridad de la Iglesia primada y continuador de la obra apostólica de
sus predecesores. A este respecto es especialmente revelador que Cisneros
aparezca retratado junto al Gran Cardenal Pedro González de Mendoza, no sólo
porque fuera efectivamente su antecesor en el cargo sino sobre todo porque
aquél ejerció como su principal protector
y fuente de inspiración, favoreciendo su ascenso en la jerarquía eclesiástica.
Gonzalo Jiménez
de Cisneros nació en Torrelaguna (Madrid), en 1436, y pronto se decantó por la
carrera eclesiástica. Tras su paso por el Estudio General de Alcalá y por la
Universidad de Salamanca, ejerció como jurista en los tribunales eclesiásticos
de Roma. En 1471, el Papa Paulo II le confirió el arciprestazgo de Uceda, hecho
que provocó la oposición del arzobispo de Toledo, Alfonso de Carrillo, molesto
por la injerencia de la
Santa Sede y la ambición del joven clérigo. Como consecuencia
de ello, Cisneros fue encarcelado durante varios meses en el castillo de
Santorcaz, hasta que al fin, Carrillo aceptó su nombramiento. Su amistad con el
Cardenal Pedro González de Mendoza le permitió acceder al cargo de capellán
mayor de la catedral de Sigüenza en 1480, y poco después al de alcalde de aquella
ciudad.
Su
extraordinaria proyección, sin embargo, se vio radicalmente interrumpida en
1484 por una crisis de fe que le llevó a retirarse a los monasterios de El
Castañar y La Salceda ,
renunciando a todos sus títulos y posesiones. Allí, Gonzalo se convirtió en
fraile franciscano, se sometió a un riguroso ascetismo y cambió su nombre de
pila por el de Francisco. Sin embargo, ese viraje místico no sirvió para alejarle
de los círculos del poder; al contrario, la fama de su piedad hizo que el Cardenal
Mendoza le recomendase para el puesto de confesor de la reina Isabel la Católica , en 1492, y que
los franciscanos de Castilla lo eligieran vicario provincial en 1494. De ahí a
su nombramiento como arzobispo de Toledo, en 1495, sólo quedaba un paso, que
fue rápidamente propiciado tanto por el testamento político de Mendoza como por
la voluntad personal de la reina Isabel.
El carácter
austero pero decidido de Cisneros facilitó la puesta en marcha, desde el
episcopado toledano, de una serie de reformas conducentes a regular la
actividad de las parroquias y combatir la corrupción del clero mediante la
organización de concilios, la promulgación de nuevas normas y la instauración de
una estricta disciplina en los monasterios, en consonancia con el ideario original
de pobreza de las órdenes religiosas. Entre las iniciativas más importantes a
este respecto se encuentra sin duda la fundación de la Universidad de Alcalá de
Henares, en 1499. Esta institución tenía como objetivo la formación teológica y
cultural del clero, desde la óptica del Humanismo Cristiano y el estudio
exegético de las Sagradas Escrituras. Producto de ello fue la publicación de la
Biblia Políglota Complutense (1514-1517),
un monumento
tipográfico sin precedentes en la
Europa de la época. De la academia complutense también
salieron hábiles predicadores para combatir el avance del Protestantismo y tenaces
evangelizadores para la colonización de las Indias.
A partir de 1506, el Cardenal pasó
al primer plano de la escena política. Primero ocupó la regencia de Castilla,
en lugar del fallecido Felipe el Hermoso, hasta que Fernando el Católico se
aseguró el gobierno efectivo. Por su hábil mediación diplomática en aquella
situación, sería premiado con el capelo cardenalicio y el cargo de Inquisidor General.
Luego apoyó la política expansionista de la monarquía en el Norte de África,
dirigiendo las conquistas de Mazalquivir (1507), y Orán (1509). Durante la toma
de Orán se le atribuyó el milagro de detener el sol para dar tiempo a que
finalizase la conquista, al igual que había hecho el profeta Josué en Gabaón.
Tras el fallecimiento del rey
Fernando en 1516, Cisneros fue de nuevo elevado a la regencia de España, a
pesar de la oposición de una gran parte de la nobleza. El vacío de poder resultante
tras la muerte del monarca favoreció la sublevación de algunas facciones aristocráticas,
con la pretensión de recuperar sus privilegios perdidos durante el reinado de
Isabel la Católica. Pero la fortaleza del Cardenal puso freno a la convulsión. Con
el fin de mantener el orden público, Cisneros organizó una milicia urbana que
recibió el nombre de Gente de la Ordenanza. Es conocida la anécdota que cuenta
cómo al ser increpado por sus enemigos, acusándole de falta de legitimidad en
el ejercicio del poder, el Cardenal respondió enseñándoles esta milicia mientras
les decía: «Estos son mis poderes». La muerte le sorprendió al año
siguiente en Roa (Burgos), cuando iba al encuentro del nuevo rey, Carlos I, lo
que le ahorró la humillación de tener que renunciar a todos sus cargos, tal
como exigían los cortesanos flamencos del emperador.
La
herencia de Cisneros fue extraordinariamente importante en un contexto
histórico en el que se estaba fraguando la configuración de España como Estado
moderno. Su legado es aún más destacable en el plano educativo y cultural,
hasta el punto de que el arte de esta época ha venido en llamarse con
frecuencia «Estilo Cisneros». Sin ser del todo correcta, esta nomenclatura
identifica un tipo de obras realizadas en el período del episcopado de fray
Francisco, dentro del área geográfica de la diócesis de Toledo. Su
característica más representativa es la mezcla del lenguaje gótico dominante en
la época, con la tradición mudéjar existente en España y ciertos elementos de
la vanguardia renacentista italiana. El resultado se explica como consecuencia del
eclecticismo de finales del siglo XV y principios del XVI, en el que
convivieron felizmente diversas manifestaciones artísticas, aunque también hace
referencia a la importante labor de mecenazgo protagonizada por el Cardenal, como
en esta Sala Capitular de la Catedral de Toledo.
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