martes, 24 de junio de 2014

CRUCIFIXIÓN BLANCA

Marc Chagall es uno de los artistas más inclasificables del panorama de las vanguardias de principios del siglo XX, porque en su trayectoria son tan importantes las influencias recibidas como las experiencias vitales. Nacido en Vitebsk (Bielorrusia) en 1887, su ambiente rural, sus costumbres tradicionales y la felicidad del núcleo familiar le marcaron profundamente, así como su matrimonio con la encantadora Bella.
Tras una etapa de titubeos adolescentes, inició su formación artística en Vitebsk, pasando luego por San Petersburgo, París y Berlín. En estas dos últimas ciudades se entusiasmó con el Fauvismo de Matisse, el Surrealismo de Breton y el Expresionismo del primer Kandinsky. De vuelta a Rusia, en 1918 desempeñó varios cargos de dirección para el nuevo régimen bolchevique pero pronto dimitió de ellos debido a su desencuentro con otros artistas como Malevich y El Lissitzky, que pretendían imponer el Suprematismo como el nuevo arte oficial. Viajero incansable, desde 1923 vive temporadas en Francia, Alemania y Polonia, viaja a España y a Italia para estudiar a los grandes maestros, y se reencuentra con sus orígenes judíos en Tierra Santa, mientras prepara una serie de ilustraciones de la Biblia bajo la supervisión de Ambroise Vollard. En los inicios de la Segunda Guerra Mundial se exilió en Estados Unidos, regresando varios años después a Francia, donde continuó trabajando hasta el final de sus días.
Su condición de judío es uno de los aspectos que más influyó en la obra de Marc Chagall. Durante la década de 1930, el artista fue testigo del ascenso imparable del totalitarismo y de repetidos atentados antisemitas en Polonia y Alemania. El terror suscitado por los nazis, la angustia de la guerra y el miedo a la muerte se convirtieron en el tema central de buena parte de su producción artística y literaria.
El cuadro que tratamos aquí, por ejemplo, está directamente emparentado con otra obra suya un poco posterior, titulada El alma de la ciudad (1945). En ambos casos se mezcla la narración de hechos reales con la expresión de emociones personales, la referencia a aspectos espirituales y la introducción de elementos fantásticos u oníricos. El resultado ha sido catalogado por algunos críticos como No Realismo Espontáneo y por otros como Surrealismo Trascendente; los nazis lo clasificaron como ejemplo de «arte degenerado». Más allá de etiquetas, las obras de Marc Chagall suelen presentar una apariencia un tanto caótica, una factura ingenua y colorista, en ocasiones similar a la de los Nabis, y un profundo simbolismo místico, en donde los detalles son tan importantes como el conjunto.
La Crucifixión blanca (1938) es un óleo sobre lienzo de 155 x 140 cm que se conserva en The  Art Institute of Chicago. Su composición gira en torno a un gran Cristo crucificado que se yergue en mitad del cuadro, destacado por un potente haz de luz diagonal. Alrededor de esta imagen central se diseminan varios grupos de personas dibujadas a menor escala, que protagonizan de manera individualizada escenas de saqueo, violencia y huida, todas ellas relacionadas entre sí. Los grupos de la izquierda parecen dirigirse hacia el Cristo pero los de la izquierda y los de la zona inferior escapan de él, lo cual, unido a la representación de casas destruidas, confiere al conjunto un efecto desasosegante de caos y dispersión.
El tema del cuadro es el sufrimiento del pueblo judío como consecuencia de la persecución provocada por los bolcheviques y los nazis. Coetánea a la fecha de ejecución del cuadro fue la terrible Kristallnacht (Noche de los Cristales Rotos), que tuvo lugar durante la noche del 9 al 10 de noviembre de 1938, y consistió en una serie de pogromos y ataques dirigidos por las tropas de las SA, las SS y las Juventudes Hitlerianas contra la población y las propiedades judías de Alemania y Austria. El nombre viene de la cantidad de escaparates de tiendas que fueron destruidos y que dejaron las calles de las ciudades cubiertas de vidrios rotos.
Así pues, el gran Crucifijo iluminado por el haz de luz blanca en el centro de la composición no representa la imagen del Salvador de los cristianos, sino del hombre hebreo martirizado, pues Cristo mismo también era judío. El significado, por tanto, es distinto y se relaciona con la intención de denunciar el sufrimiento causado por los hechos históricos señalados. Prueba de ello es que el faldón que envuelve a Cristo es en realidad un talit (un chal ceremonial con ribetes negros) utilizado por los hebreos en las plegarias. Esta iconografía, por cierto, se repite en la ya citada obra El alma de la ciudad. En la misma línea debe entenderse el letrero colocado sobre la cabeza de Cristo («Iéshu Hanotzrí Mélej Haiehudim»), inscrito en caracteres hebreos. Jesús fue increpado por los romanos como rey de los judíos de la misma forma que los judíos de Centroeuropa fueron señalados por los nazis en la década de 1930, con la estrella de David y el rótulo «Ich bin Jude». Las dos marcas fueron concebidas con el propósito de humillar a las víctimas inocentes de la intolerancia.
A la izquierda del Crucificado un desordenado pelotón de milicianos comunistas, identificados con banderas rojas, avanza sobre una aldea para incendiarla y destruirla. Las casas están desmembradas y una de ellas puesta bocabajo, enfatizando el dramatismo de la escena. Debajo de la aldea un grupo de personas se hacina en una patera intentando huir del desastre. En el extremo superior del cuadro aparecen flotando en el aire cuatro personas, horrorizadas ante la violencia y la muerte. La figura vestida de negro es un rabino que se tapa los ojos y el que aparece a la derecha un profeta que proclama la destrucción. A la derecha un asaltante hitleriano, identificado por su brazalete, incendia una sinagoga y profana el tabernáculo de la Torá. Y en la parte inferior, la diáspora de los judíos errantes, que lloran y huyen despavoridos, uno de ellos con el rollo de la Torá entre sus brazos.
Por último, como símbolo de la pervivencia espiritual del Pueblo Elegido aparece a los pies del Crucificado la Menohra, el candelabro de los siete brazos con las velas encendidas que iluminan las tinieblas. Su luz se corresponde con la que baña la figura de Cristo, en el centro, y es la única esperanza que queda, según palabras del propio Chagall: «la fe en Dios mueve las montañas de la desesperanza».

MÁS INFORMACIÓN:
http://www.eitb.com/es/audios/detalle/955073/analizamos-la-crucifixion-blanca-marc-chagall--seccion-arte/ 

2 comentarios:

  1. Según Pablo de Tarso, para el final de los tiempos judíos y cristianos nos uniremos como un solo pueblo de Dios. Es muy hermoso que el maestro Chagall, quien había recuperado su espíritu judío, se centre en Jesús crucificado enfatizando no obstante su condición judía. Los movimientos mesiánicos de origen cristiano contemporáneos, en mayor o menor medida, están en esta onda, y digamos que Chagall es un precedente de esta inevitable fraternidad. No obstante, es mi convicción, esto no debería refrendar las formas políticas concretas del nacionalismo sionista, que en alguna medida traiciona la esencia del mensaje bíblico de manifiesto universalismo en muchísimos de sus textos, y más los principios pacifistas y de amor universal del Profeta, Jesús de Nazareth, el más grande de los judíos y Redentor de la Humanidad.

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  2. Pablo de Tarso cree. como los fariseos de su tiempo, que solo unos cuantos miles de gentiles seran necesarios para el Fin de los Tiempos, No todos los gentiles. También defiende la interpretación de Cristo como el cordero inmolado, Chagal tambièn. En la vidriera de Reims, pero elimina ya el ángel que detiene el brazo Abraham, que vemos en los bocetos anteriores. Me encanta la obra de Chagal y su espiritualidad, pero creo que debemos dar un paso adelante. TAmbien me ha gustado la novela de Grossman "Toda una Vida·

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Este blog pretende ser un recurso didáctico para estudiantes universitarios, pero también un punto de encuentro para todas aquellas personas interesadas por la Historia del Arte. El arte es un testimonio excepcional del proceso de la civilización humana, y puede apreciarse no sólo por sus cualidades estéticas sino por su función como documento histórico. Aquí se analiza una cuidada selección de obras de pintura, escultura y otras formas de expresión artística, siguiendo en ciertos aspectos el método iconográfico, que describe los elementos formales, identifica los temas que representan e interpreta su significado en relación a su contexto histórico y sociocultural.