Este sugestivo título corresponde a un famoso
cuadro de Joaquín Sorolla, que fue premiado con una medalla de primera clase en
la Exposición Nacional de Bellas Artes del año 1895 y hoy se exhibe en el
Museo del Prado. Se relaciona con la primera etapa realista del pintor
valenciano, al igual que otras obras suyas como Otra Margarita (1892), Trata
de blancas (1895), o Triste herencia (1899),
en las que se hace elocuente la denuncia social contra la miseria y las
injusticias de la España de finales del siglo XIX.
Muestra el interior de un barco en el que un
pescador adolescente yace gravemente herido, mientras es atendido en silencio por
otros dos hombres mayores. El torso del joven, sobre el que irónicamente destaca
un amuleto protector, está desnudo e intensamente iluminado, en contraste con
el resto de la escena. El rostro taciturno de los pescadores más viejos refleja
su preocupación por lo acontecido y prefigura un desenlace fatal. Uno de ellos trata
de incorporar al chico, tomándole de los hombros, mientras el otro aplica sobre
la herida un vendaje compresor, que acaba de empapar en un cuenco de agua
situado en primer plano. Alrededor se distingue un buen número de enseres y
herramientas de trabajo, y a la izquierda, un montón de peces capturados. Los
reflejos plateados, casi impresionistas, de los peces son probablemente uno de los detalles más novedosos
desde el punto de vista formal. Por el contrario, el dibujo riguroso, y la gama
de colores predominantemente ocre, son herederos de la mejor tradición velazqueña.
Especialmente destacable es la composición,
que está cuidadosamente desequilibrada hacia un lado como consecuencia del efecto
rompedor de la escalera izquierda. Su leve inclinación, agudizada por el farol
que cuelga de arriba y el haz de luz que penetra por la escotilla, trastoca por
completo la quietud de la escena, sugiriendo el accidente sucedido y confiriendo
un fuerte dramatismo al asunto. El efecto, además, permite aumentar la sensación de profundidad y la desorientación
espacial experimentada en el interior del barco.
Algunos críticos han propuesto un interesante
paralelismo entre la manera de representar esta escena y la trágica solemnidad
del tema religioso de la Pietà, lo
cual deja traslucir el deseo de Sorolla por ennoblecer la vida, y la muerte, de
estos pobres pescadores. Lo que es seguro es que el tema está inspirado en las
penalidades del oficio de la mar descritas en la novela coetánea Flor de
Mayo, del escritor Vicente
Blasco Ibáñez, a la sazón amigo personal de Sorolla. El pasaje final de esta novela, ambientada en las playas del
barrio del Cabañal de Valencia, narra la muerte en el mar de un pescador llamado
Pascualet; enterada de ello, su tía llora amargamente y exclama: «¡Que viniesen
allí todas las zorras que regateaban al comprar en la pescadería! ¿Aún les
parecía caro el pescado? ¡A duro debía costar la libra...!»
Sabemos que al mismo tiempo que Sorolla
estaba pintando este cuadro, en el verano de 1894, Blasco Ibáñez estaba
escribiendo su novela, y que ambos lo hicieron juntos en Valencia. Así lo
expresó el escritor en el prólogo de la edición de Flor de Mayo de 1923:
«Este pintor y yo nos
conocimos de niños y luego perdimos el contacto […] Trabajamos juntos, él en
sus lienzos y yo en mi novela, siguiendo el mismo modelo. Y así renovamos
nuestra amistad y fuimos hermanos, hasta que la muerte nos separó no mucho
tiempo después. Era Joaquín Sorolla.»
Pocas veces la literatura y la pintura han ido tan de la mano, apoyándose la una en la otra para representar una misma mirada sobre la realidad. El cuadro de Sorolla se entiende mejor leyendo la novela de Blasco Ibáñez, y la novela se ilustra mejor mediante la contemplación del cuadro. Y ambos coinciden en su compromiso de denuncia de las terribles condiciones de pobreza y vulnerabilidad del proletariado rural de aquella España finisecular. A las señoras del mercado les parecía caro el pescado, a pesar de que los pescadores se morían en el mar para conseguirlo, en un desesperado intento por ganarse la vida y salir de la miseria.
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