Las transformaciones sociales y económicas producidas
durante el siglo XIX por la Revolución Industrial afectaron gravemente a las
ciudades, que empezaron a desarrollarse a gran escala, tomando la forma de gran
urbe o metrópolis capitalista. En la historia mundial del proceso de
urbanización este nuevo modelo, denominado «ciudad industrial», se superpone o
sustituye drásticamente a las viejas ciudades de herencia medieval, y adquiere
una serie de características significativas.
Entre estas características están las
actividades económicas secundarias y terciarias, el crecimiento demográfico
motivado en gran medida por el éxodo rural, el desarrollo de los transportes,
la construcción de numerosas infraestructuras y servicios públicos como el
alumbrado, el agua corriente y el alcantarillado, la intervención de las
instituciones políticas en la ordenación urbanística, la aplicación de reformas
para modernizar la morfología y las
funciones de la trama urbana preexistente, una nueva zonificación de la ciudad
que responde a las distintas necesidades sociales de la burguesía (ensanches) y
del proletariado (suburbios fabriles), y finalmente, la consolidación de un
estilo de vida netamente urbano, por completo diferente del que se daba en el
campo.
Todo esto afectó a la imagen de la ciudad,
que pasó a ser un tema de enorme interés para la literatura y el arte
desde mediados del siglo XIX. A diferencia de los paisajistas y los
pintores topógrafos de la Edad Moderna, que preferían ofrecer visiones
panorámicas embellecidas de la ciudad en su conjunto, o de partes muy
emblemáticas de la misma, los artistas contemporáneos se preocuparon por
retratar visiones de la vida cotidiana. Dependiendo de la corriente artística a
la que se adscribieron, estas visiones profundizaron más en los aspectos
sociales, en los efectos de la luz artificial, en las innovaciones tecnológicas
o en representaciones simbólicas más o menos pesimistas acerca del fenómeno
urbano. En este post y en otros sucesivos vamos a repasar algunas obras significativas
de cada una de estas corrientes.
Los primeros artistas que se atrevieron a
expresar esta nueva imagen de la ciudad fueron los realistas del segundo tercio
del siglo XX, que profundizaron en los problemas sociales derivados de la Revolución Industrial. Un ejemplo paradigmático, que reproducimos en primer lugar, es el
cuadro titulado La revuelta (1860), de
Honoré Daumier. Hábil caricaturista, Daumier representa de forma sintética un tumulto
callejero ambientado en la revolución de 1848 en París. El paisaje urbano
apenas se vislumbra al fondo, siendo en cambio los obreros en huelga los que llenan
la mayor parte de la composición, extraordinariamente dinámica, por cierto.
Pero los personajes no están retratados con detalle, tienen rostros abocetados
y en cierto modo anónimos. Exceptuando el protagonista central, que se destaca
por su camisa blanca y por su vehemente gesto con el brazo, todos los demás constituyen
un arquetipo social, el de la masa social del proletariado luchando unida por sus
derechos.
Obras como ésta propusieron una imagen conflictiva de la ciudad y de sus gentes, que resultaba diametralmente opuesta a la que se había dado en todo el arte anterior. Como consecuencia de ello, la expresión artística debía ser igualmente distinta. Es lo que se aprecia en determinados aspectos técnicos de esta pintura, como la composición, el abocetamiento de los rostros, el grueso perfil negro que limita las figuras y un cierto nivel de caricaturización.
Obras como ésta propusieron una imagen conflictiva de la ciudad y de sus gentes, que resultaba diametralmente opuesta a la que se había dado en todo el arte anterior. Como consecuencia de ello, la expresión artística debía ser igualmente distinta. Es lo que se aprecia en determinados aspectos técnicos de esta pintura, como la composición, el abocetamiento de los rostros, el grueso perfil negro que limita las figuras y un cierto nivel de caricaturización.
De temática similar es La carga (1902) de Ramón Casas. En ella se muestra la dureza de la
represión dirigida por la Guardia Civil contra un grupo de manifestantes en el área industrial de Barcelona. El episodio, ocurrido el 17 de febrero de 1902, es bien conocido porque tuvo lugar en el contexto de una huelga que paralizó por completo la Ciudad Condal. La composición es extremadamente audaz al quedar un
gran espacio vacío en el centro del cuadro como consecuencia de la huída de
los obreros, que se apelotonan hacia la izquierda. Al fondo se distinguen las fábricas y más atrás el paisaje de la ciudad, presidido por la silueta de la iglesia de Santa María del Mar. Un detalle especialmente
dramático es el hombre caído a la derecha del primer plano, que está a punto de
ser embestido por el guardia que le persigue a caballo. Aunque el lenguaje es
realista, el colorido, la composición y el encuadre, que corta arbitrariamente
las figuras de los lados, es de una enorme modernidad. No en vano el autor fue
considerado una de las grandes figuras del movimiento modernista catalán, de
clara influencia francesa.
Lo más curioso del caso es que esta obra fue premiada con una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Pintura de 1904, certificando una clara aceptación hacia este tipo de representaciones artísticas de tema social, por parte de las autoridades. El arte una vez más, asumía la función de expresar los problemas de su tiempo.
Lo más curioso del caso es que esta obra fue premiada con una medalla de primera clase en la Exposición Nacional de Pintura de 1904, certificando una clara aceptación hacia este tipo de representaciones artísticas de tema social, por parte de las autoridades. El arte una vez más, asumía la función de expresar los problemas de su tiempo.
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