Entre todas las vanguardias artísticas de
principios del siglo XX, el Expresionismo es seguramente la más difícil de
delimitar. Ya en aquel momento se etiquetó de expresionistas a movimientos y
artistas muy variados, que en realidad no seguían un estilo verdaderamente
homogéneo. Lo único que tenían en común era su afán por acentuar el papel del
arte como un vehículo para la expresión de emociones intensas, normalmente
pesimistas, angustiadas o profundamente trágicas. El lado oscuro del ser
humano, lo sombrío, lo degradado, la sexualidad atormentada o las conductas
antisociales se convirtieron en temas frecuentes entre estos artistas. Para
representarlo, el Expresionismo utilizó un lenguaje formal que tomó prestados
elementos del Fauvismo, del Simbolismo y del Cubismo, entre otros.
El noruego Edvard Munch ha sido reconocido
como uno de los principales precursores del Expresionismo antes de que
existiera como tal, aunque lo fue más desde el punto de vista conceptual que
estilístico. Nacido en un país con escasa tradición pictórica, la formación artística
de Munch fue bastante convencional y anclada en el academicismo figurativo. Pero
en 1885 realizó su primer viaje a París y entró en contacto con la pintura de
Manet, Gauguin, los Neoimpresionistas y los Simbolistas. A raíz de ello cambió
su lenguaje formal, simplificando los volúmenes, acentuando la fuerza expresiva
de la línea y utilizando el color de manera simbólica, no naturalista. Sus
temas adquirieron un significado existencial y se orientaron hacia la angustia del
ser humano en el mundo, regodeándose en la soledad, la tristeza, el deseo
insatisfecho, el miedo, la enfermedad y la muerte. Todo ello tiene que ver con
su propia experiencia vital: su madre y su hermana murieron de tuberculosis
cuando él era niño, su padre era un hombre obsesionado por la religión y él
mismo era alcohólico, lo cual influyó para que Munch desarrollara una
personalidad conflictiva, desequilibrada y tendente a la depresión.
Esta obra,
titulada Atardecer en la Avenida Karl Johan es una de las obras más características
del inquietante universo de Edvard Munch. Fue pintada en 1892 y se conserva en
la Colección Rasmus Meyer de Bergen. Representa una hilera de personas que baja
paseando por una conocida calle de la ciudad de Oslo mientras cae la tarde. Pero
lo que podría haber sido una escena urbana corriente se ha transformado en una
visión fúnebre de la realidad humana. Los rostros de los personajes parecen
calaveras y se acercan hacia nosotros completamente alienados, amenazantes. El paisaje
está conformado por colores extraños, simbólicamente oscurecido y
artificialmente iluminado por las ventanas de los edificios y las caras de los
personajes, cual luciérnagas en mitad de la noche. El perfil de la ciudad se
recorta desde la izquierda hacia el horizonte, creando ángulos cortantes, mientras
que en el extremo de la derecha se yergue terrorífica una sombra informe. Sólo un hombre aislado que camina por la calzada, a la derecha, se mueve en dirección contraria a la de la masa, provocando el absurdo.
La sensación es de
enorme desasosiego. El espacio urbano no se muestra como un lugar de actividad
y encuentro social sino como una metáfora angustiosa de la incomunicación. El
cuadro está lleno de gente pero transmite un silencio mortal que nos produce un
terrible escalofrío. Munch imagina el destino humano como algo vacío,
desesperanzado y sinsentido. Esto fue lo que llamó la atención de los
expresionistas alemanes a principios del siglo XX, que argumentaron que el arte
debía
captar los sentimientos más íntimos del ser humano. El hecho de que Munch
viajase con frecuencia a Alemania y diera a conocer allí sus cuadros influyó de
forma notable en la difusión de esta idea.
Sin embargo, unos años más tarde tanto las
obras de Munch como la de los expresionistas fueron censuradas y destruidas
porque fueron clasificadas como «arte degenerado» por parte de los nazis. El
gobierno de Hitler confiscó 82 cuadros de Munch de los museos alemanes,
justificando que sólo representaban la muerte y la debilidad de la condición
humana, y que escandalizaban a los visitantes. A raíz de la invasión de 1940, la
persecución se extendió también a los museos y galerías de Noruega y el artista
fue menospreciado como un loco. El 23 de enero de 1944, todavía sin haber
concluido la Segunda Guerra Mundial, Edvard Munch murió completamente solo, triste
y olvidado.
Hola Josué. Como siempre, fantástica la forma en la que desmenuzas cada milímetro de cada obra de arte, en concreto la "tenebrosidad" de ésta.
ResponderEliminarUn abrazo
Muchas gracias Rosa. Munch es súperconocido por "El grito" pero esta otra obra suya es de lo más curiosa y por eso me llamó la atención hace ya tiempo. Quizás no es precisamente hermosa pero invita a reflexionar, como la propia vida del artista, que fue de lo más trágica ¿no crees?
ResponderEliminarSi, no es precisamente hermosa, como bien dices, a primera vista. Pero después de leer tu análisis de la obra, si la vuelves a mirar te encuentras con un sinfín de preguntas ¿Qué les ocurrirá? o ¿Dónde irán?. Te quedas con una sensación de querer saber más, aunque sabes que no hay nada, el destino, el vacío, el dolor. Creo que es lo que angustia, pero a la vez donde radica la belleza de esta obra, bueno son mis impresiones y sensaciones. Tienes razón, invita a reflexionar
ResponderEliminarUn abrazo
Esta obra aparece en Elling, hermanos de sangre de Ingvar Ambjørnsen
ResponderEliminarAdotei o texto. É transcendental a frieza que essa pintura exala.
ResponderEliminarUm abraço do Brasil.
Adorei o texto. É transcendental a frieza que essa pintura exala.
ResponderEliminarAbraço do Brasil.
Me encanto el dibujo! Que líndo.
ResponderEliminarsolo faltaría poner los valores y el valor simbólico, con lo demás estoy satisfecho.
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