Prometeo es seguramente uno de los personajes
más sugestivos de la mitología griega. El poeta Hesiodo nos informa de que era
hijo del titán Japeto y de la oceánida Climene, así como hermano de Atlas y
Epimeteo. Prometeo tiene un rol fundamental en la caracterización y el destino
del ser humano, así como su papel en el cosmos. Según diferentes versiones,
mientras su hermano Epimeteo fabricó las diversas criaturas que debían poblar
la Tierra, él moldeó con arcilla al primer hombre, dándole un semblante
parecido al de los dioses. Prometeo puso un gran esmero en su labor pero tardó
tanto que, cuando terminó, su hermano ya había gastado todos los dones que les
dio Zeus para repartir entre las criaturas terrestres. Como consecuencia de
ello, la especie humana fue creada muy hermosa pero sin alas, plumas, pelaje,
garras ni otras cosas que le permitieran desenvolverse con facilidad en la
naturaleza. Al contrario, era débil, pasaba frío y estaba desprotegida.
Compadecido de ellos, Prometeo subió al Monte
Olimpo, robó en secreto el fuego del carro del Sol y se lo llevó a los hombres.
Según la versión de Platón, en cambio, el fuego fue robado de la fragua de
Hefesto junto con varias de sus artes, técnicas y conocimientos. En cualquiera
de los dos casos, el don liberó a los humanos de la esclavitud, de la oscuridad
y de la ignorancia, proporcionándoles los medios con los que ganarse la vida. Esto
es justamente lo que representa la primera imagen de hoy, un monumental cuadro del
alemán Heinrich von Füger, pintado hacia el año 1817, que se conserva en el
Museo de Liechtenstein.
El suceso fue visto con cierta complicidad
por parte de algunos dioses como Atenea, que ya había ayudado a Prometeo con
anterioridad. Sin embargo, Zeus no estaba de acuerdo con que los hombres
pudieran dominar el fuego porque eso les haría autosuficientes, o en otras
palabras, menos dependientes de los dioses. Prometeo había sugerido a los hombres
que hicieran ofrendas a los dioses con el fin de ganarse su favor. Pero el astuto personaje también había intentado engañar al propio Zeus. En efecto, dio a elegir a Zeus entre dos presentes,
uno que guardaba la carne de un buey sacrificado y otro con los huesos y la
grasa del animal envueltos en su piel; Zeus eligió los huesos y Prometeo se
quedó con la carne para sí mismo y para los mortales. Descubierto el engaño, el
rey de los dioses descargó su ira por partida doble. Por un lado, condenó a directamente
a Prometeo a sufrir un tormento eterno, y por otro, se vengó indirectamente
contra sus protegidos, los seres humanos.
Lo cierto es que el destino de los seres humanos fue diseñado
conforme a un plan increíblemente retorcido. Para vengarse de Prometeo, Zeus
les envió lo que los griegos llamaban un «mal hermoso», porque se trataba de algo
potencialmente maligno y peligroso pero presentado bajo una apariencia de
extraordinaria belleza. Este mal adquirió la forma de una mujer, Pandora, que
fue modelada en arcilla por Hefesto y entregada a Prometeo. Prometeo sospechó y
no quiso aceptar a la mujer, alegando que era estúpida por lo que ésta fue finalmente
enviada a su hermano Epimeteo, quien se casó con ella a pesar de las
advertencias en contra de aceptar cualquier regalo de los dioses. Las sospechas
se confirmaron al comprobar que Pandora llevaba consigo una caja que le había
regalado Hermes, y que contenía todas las desgracias con las que Zeus pretendía
castigar a la humanidad. Tanto Prometeo como Epimeteo exhortaron a Pandora para
que no abriera nunca la caja, pero la mujer, curiosa, acabó haciéndolo y liberó
todos los males del mundo: las plagas, el dolor, la pobreza, la violencia, la
guerra. Demasiado tarde, intentó cerrar de nuevo la caja, dejando dentro
únicamente la esperanza. ¿Era la esperanza otro mal?
En cuanto a Prometeo, su castigo ha pasado a
la historia por ser uno de los más horribles y despiadados nunca imaginados. Por
orden de Zeus, el titán fue encadenado por Hefesto en el Cáucaso con el fin de
que un águila le devorase el hígado durante 30.000 años. Como Prometeo era
inmortal, el hígado se regeneraba cada noche y al día siguiente el águila empezaba
de nuevo a comérselo, de tal forma que la tortura era infinita. Precisamente esta
escena es la que representaron Rubens y Frans Snyders en la segunda imagen de hoy, una espectacular
composición de 243 x 210 cm del año 1612, que se guarda en el Museo de Arte de
Philadelphia. Afortunadamente, a los 30 años Heracles pasó por el lugar del
cautiverio, de camino al Jardín de las Hespérides, y liberó a Prometeo disparando
una flecha contra el águila. Zeus lo consintió porque este acto otorgó gloria a
Heracles, que era su hijo, y Prometeo fue finalmente perdonado e invitado a
regresar el Olimpo, aunque con la condición de cargar para siempre la roca en
la que había estado encadenado.
El mito de Prometeo ofrece una explicación alegórica
de cómo los seres humanos lograron adquirir la cultura necesaria para
sobrevivir, desarrollarse y encontrar su lugar en el mundo. También constituye
un símbolo de rebeldía contra el autoritarismo político o religioso, así como de
la lucha por cambiar el sistema y forjarse un destino propio. Los hombres no
son iguales a los dioses pero son suficientemente dignos y pueden luchar por construirse
un lugar en el universo, incluso al margen de los dioses. Es lógico, pues, que un tema tan existencial como éste
haya inspirado muchas obras de la literatura y el arte, con diferentes enfoques
y análisis a lo largo de la historia. Los dos cuadros que hemos reproducido hoy
ilustran justamente esta variedad. El de Füger dignifica la heroica misión de
enfrentarse a los dioses para ayudar a los hombres, y representa al titán en
toda su grandeza, erguido, resplandeciente, fuerte y hermoso, siguiendo al
dedillo los presupuestos estéticos neoclásicos. El de Rubens, por el contrario,
se regodea en el sufrimiento atroz de Prometeo, que se contorsiona cabeza abajo en
una diagonal muy barroca mientras el águila se abalanza sobre él.
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