
Tras unos años de aprendizaje con el pintor
Adam van Noort, Rubens viajó en 1600 a Venecia y a Roma, para copiar las obras
de los grandes maestros de la Antigüedad Clásica y del Renacimiento. Trabajó
luego en la corte del Duque Vincenzo Gonzaga, en Mantua, realizando algunas
piezas de altar y retratos de miembros de la nobleza, hasta que fue enviado en
misión diplomática a España, en 1603. Allí admiró los retratos de Carlos V y de
Felipe II realizados por Tiziano, que tomó como modelo artístico y como un referente
iconográfico para representar el poder y la magnificencia de los reyes de la
dinastía Habsburgo.
El retrato alegórico que analizamos es una reinterpretación
barroca del modelo tizianesco, aunque también se inspira en una obra anterior de
Parmigianino, que se encontraba en la colección del Duque Gonzaga. Muestra a Carlos
V vestido como general en jefe, con una armadura ceremonial de color negro, la
mano apoyada en una lujosa espada y la orden del Toisón de Oro colgada al
pecho. El emperador está envuelto en un amplio manto dorado, que le confiere una
elevada dignidad y riqueza, al tiempo que suaviza la dureza del metal. Al fondo
se distingue un pedestal cubierto de terciopelo sobre la que descansa una
corona de oro con forma de mitra, tachonada de piedras preciosas. Es la corona
imperial de la Casa de Austria y tiene un significado extraordinariamente
simbólico, puesto que se relaciona con el poder divino del emperador del Sacro
Imperio Romano y su papel como defensor de la Cristiandad.
Iconográficamente, es todavía más explícito
el cetro que Carlos apoya de manera contundente sobre la bola del mundo, a la
izquierda. Representa su dominio sobre todos los territorios pertenecientes a
la Monarquía Habsburgo, que se extienden por Europa y América. En conclusión,
aparecen representados todos los símbolos característicos del poder: la
armadura, que es un atributo esencialmente militar; la espada, que también es
utilizada para impartir justicia; la corona con forma de mitra, que aquí es
tanto un símbolo regio como espiritual; el cetro, que expresa su capacidad de
mando y protección sobre los súbditos; y el orbe, que alude a los territorios
sobre los que ejerce soberanía.
La figura infantil que sostiene el globo
desde la esquina inferior ha sido interpretada como un Hércules niño. No es
extraño en absoluto, porque la iconografía de poder de los Habsburgo utilizó en
repetidas ocasiones la identificación de varios de sus miembros con el héroe griego.
En las alegorías, su figura constituía un símbolo de la fuerza física y del
coraje, y sus doce trabajos adquirían un significado moral, referido a la
victoria del bien sobre el mal. Hércules, ya desde niño, luchó contra terribles
monstruos y la mayoría de sus mitos adquirieron un importante sentido
geográfico; el héroe tenía que intervenir para poner orden en el caos, doblegar
la naturaleza salvaje y restablecer el equilibrio en el mundo. Todo esto se
entendió como una metáfora de la función pacificadora y organizadora del mundo
desarrollada por los reyes, y en particular por Carlos V. Y así parece
representarlo el gesto del niño Hércules, que más que sostener el mundo se lo
entrega al emperador para que continúe simbólicamente con la tarea que él mismo
inició. Efectivamente, durante su vida el monarca viajó por toda Europa
imponiendo la razón, sofocando la rebelión y manteniendo unido el imperio, por
medio de la diplomacia y la fuerza de las armas.

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