La obra que
presentamos hoy está sacada del Tratado
de Iconología de Cesare Ripa, concretamente de su edición publicada en
Siena en 1613, por los herederos de Matteo Fiorimi. Es una xilografía o grabado
realizado en madera, que ilustra una de las alegorías o figuraciones simbólicas
de valores humanos (vicios, pasiones, artes o virtudes) descritos en dicho
libro. La alegoría aparece intitulada como Acidia, que es sinónima de Pereza, y
la imagen se acompaña de un texto que explica su significado, lo cual resultaba
muy útil para aquellos poetas o pintores que se hallaban en la tesitura de
tener que representarla. Para justificar su aspecto y sus características, Ripa
se sirvió de las fuentes literarias bíblicas, clásicas, y cristianas, así como
en la tradición popular, de manera que pudiera ser fácilmente identificable.
«ACIDIA.
Mujer fea, vieja y
mal vestida que aparece sentada y ha de tener la mejilla apoyada en la
siniestra, de donde correrá un rótulo con las palabras que siguen: TORPET INERS
(“se embota el perezoso”). Apoyará el codo de dicha mano en la rodilla,
manteniendo inclinada la cabeza, y esta irá tocada con un paño de color negro,
y sujetará con la diestra un pez de los que llaman Torpedos.
La Acidia o Pereza,
según San Juan Damasceno, Libro II,
es una suerte de tristeza que apesadumbra la mente, no permitiendo que se haga
nada bueno. Se la pinta vieja, por cuanto en los años seniles desfallecen las
fuerzas, quedando la capacidad de obrar muy disminuida, tal y como lo demuestra
David en el Salmo LXX, donde dice: “No
me rechaces en el tiempo de la vejez; cuando fallen mis fuerzas no me abandones”.
Se la representa mal
vestida por cuanto la Acidia, al no permitir que se haga cosa alguna, trae
consigo pobrezas y miseria, como dice Salomón en los Proverbios, XXVIII: “Quien labra su tierra se saciará de pan, en
cambio quien se entrega al ocio se hartará de pobreza”. Y añade Séneca en el
libro de Benef: “La pereza es la que
nutre la pobreza”.
Su actitud,
manteniéndose sentada tal como dijimos, significa que la Acidia hace al hombre
vago y perezoso, como bien lo demuestra lo que alega San Bernardo cuando dice
en sus Epístolas, reprendiendo a los
holgazanes: “¡Hombre imprudente! Miles de millares le sirven y diez veces cien
millares le asisten ¿y tú presumes de estar sentado?”.
La cabeza, tocada con
un paño negro, muestra la mente del perezoso invadida por el sopor, que hace al
hombre estúpido e insensato, tal como dice Isidoro en sus Soliloquios, Libro II: “Por la indolencia las fuerzas y el ingenio
se desvanecen”.
El pez que en su
diestra mantiene, significa precisamente la Pereza, pues así como este animal, (según
afirman muchos escritores, y en particular Plinio, Libro XXXII, Ateneo, Libro
VII, y Plutarco, en De solertia
animalium), por su propia naturaleza y propiedades deja enteramente
aletargado a quien lo roza con sus manos, e incluso a quien lo toca con
cualquier instrumento, cuerdas, redes y otros semejantes, sin que pueda hacer
luego cosa alguna, del mismo modo la acidia, teniendo las mismas malas
cualidades, sujeta, derrota y vence al que posee, de modo que aquellos que se
entregan a este vicio se tornan inhábiles, insensatos e incapaces de toda obra
laudable y virtuosa.»
La fuerte conexión entre
el texto escrito y la representación dibujada es una muestra evidente de la
correlación entre la literatura y la pintura durante gran parte de la Historia
del Arte Universal. Pero además justifica con creces la intención pedagógica y moralizante
que muchas obras de arte adquirieron a la hora de transmitir determinados
mensajes al espectador. La pereza fue siempre considerada uno de los principales
vicios de la sociedad, así como uno de los siete pecados capitales, según la Iglesia.
Por eso fue constantemente perseguida, hasta el punto de que en muchos países fueron
habituales las leyes contra vagos, pícaros y lo que se llamaban gentes de mal
vivir.
Con la llegada de la Revolución Industrial, se acrecentó la consideración de la pereza como un comportamiento especialmente indeseable no sólo para la moral cristiana tradicional, que santificaba el esfuerzo y el sacrificio, sino también para el propio sistema económico capitalista. El ocioso era un personaje completamente inútil porque no contribuía con su trabajo a la prosperidad económica de la nación, y por tanto, no tenía cabida en el nuevo orden social. En la práctica, no obstante, el reparto del tiempo libre era injusto y desigual, pues sólo era disfrutado por una oligarquía dominadora de los medios de producción, según la definía Karl Marx, mientras que el proletariado se desvivía en jornadas laborales excesivas, sin apenas descanso, y con unas paupérrimas condiciones de vida.
Es interesante, entonces, cómo algunos teóricos socialistas emplearon conscientemente la pereza como un concepto radicalmente subversivo para atacar el nuevo régimen establecido, puesto que significaba inactividad, ocio y pérdida de tiempo. Así, el propio yerno de Marx, Paul Lafargue, escribió en 1880 un panfleto titulado El derecho a la pereza, en el que elogiaba a aquellos pueblos primitivos que aún tenían la oportunidad de disfrutar de una vida plácida y sosegada, mientras que en Europa se obligaba a trabajar incluso a los niños pequeños para que la familia obrera pudiera cuando menos subsistir. La acidia se convirtió así en una forma de protesta contra la desigualdad social del ocio, proponiendo como aspiración un arreglo más armonioso entre la jornada laboral y el tiempo libre, aspiración que todavía seguimos persiguiendo hoy.
Con la llegada de la Revolución Industrial, se acrecentó la consideración de la pereza como un comportamiento especialmente indeseable no sólo para la moral cristiana tradicional, que santificaba el esfuerzo y el sacrificio, sino también para el propio sistema económico capitalista. El ocioso era un personaje completamente inútil porque no contribuía con su trabajo a la prosperidad económica de la nación, y por tanto, no tenía cabida en el nuevo orden social. En la práctica, no obstante, el reparto del tiempo libre era injusto y desigual, pues sólo era disfrutado por una oligarquía dominadora de los medios de producción, según la definía Karl Marx, mientras que el proletariado se desvivía en jornadas laborales excesivas, sin apenas descanso, y con unas paupérrimas condiciones de vida.
Es interesante, entonces, cómo algunos teóricos socialistas emplearon conscientemente la pereza como un concepto radicalmente subversivo para atacar el nuevo régimen establecido, puesto que significaba inactividad, ocio y pérdida de tiempo. Así, el propio yerno de Marx, Paul Lafargue, escribió en 1880 un panfleto titulado El derecho a la pereza, en el que elogiaba a aquellos pueblos primitivos que aún tenían la oportunidad de disfrutar de una vida plácida y sosegada, mientras que en Europa se obligaba a trabajar incluso a los niños pequeños para que la familia obrera pudiera cuando menos subsistir. La acidia se convirtió así en una forma de protesta contra la desigualdad social del ocio, proponiendo como aspiración un arreglo más armonioso entre la jornada laboral y el tiempo libre, aspiración que todavía seguimos persiguiendo hoy.
No hay comentarios:
Publicar un comentario