Esta miniatura
preciosamente coloreada pertenece a un documento medieval conocido como la New Minster Charter (Carta de la Nueva
Iglesia), manuscrito en el año 966, que se conserva en la British Library.
Representa al rey de Inglaterra Edgar el Pacífico (943-975) secundado por la
Virgen María y San Pedro Apóstol, en el trance de presentar simbólicamente ante
Cristo el mencionado documento. Se trata de una de las obras cumbres de la pintura
anglosajona y constituye además una importante fuente para el conocimiento
histórico de aquel período.
A diferencia de otros
países europeos, el establecimiento del Cristianismo como religión oficial en Gran
Bretaña fue bastante tardío. Las creencias paganas y las supersticiones traídas
por los invasores bárbaros al final del Imperio Romano fueron secundadas de
forma mayoritaria por la población, y luego hubieron de coexistir con la
mitología escandinava impuesta por los vikingos en gran parte del territorio. Una
fecha fundamental es el año 597, cuando tuvo lugar una misión pastoral dirigida
por San Agustín de Canterbury y otros cuarenta monjes benedictinos, enviados
por el Papa Gregorio. Su celo consiguió la conversión del rey Ethelbert de
Kent, luego canonizado como San Adalberto, así como la fundación de un
importante monasterio en Canterbury, que acabaría convirtiéndose en la catedral
primada de Inglaterra. La extensión de las misiones evangelizadoras, y la
creación de nuevos monasterios, dio lugar a que en el siglo VIII los
principales reinos anglosajones fueran definitivamente cristianizados. Poco
después, el poder político se alió con la estructura eclesiástica, con la
intención de legitimar su poder, dotar a la monarquía de una imaginería
simbólica y favorecer la unificación política de Inglaterra. A ello contribuyó una
conveniente organización de las diócesis y la labor difusora de la cultura desarrollada
por los monasterios.
La obra que vemos
aquí debe interpretarse precisamente en ese contexto. Una vez asentado en el
trono y consolidada la unidad de Inglaterra, Edgar mandó llamar a San Dunstan del
exilio al que le habían condenado sus predecesores; le nombró sucesivamente
obispo de Londres y arzobispo de Canterbury y se asoció con él para impulsar
una importante reforma religiosa conducente a imponer la regla de San Benito en
los monasterios. Esta reforma fue plasmada en la citada New Minster Charter. El documento fue lujosamente manuscrito con
oro y publicado en forma de libro, en vez de presentarse en un pergamino común,
como era lo habitual para los documentos legislativos de aquella época.
La imagen, en
particular, conmemora la introducción de la norma benedictina en la abadía de
Winchester en el año 964. Ocupa una página completa al principio del libro y
está ricamente decorada por una cenefa de pan de oro con motivos vegetales
pintados en rojo, azul, verde y blanco. En el centro de la escena inferior aparece
el rey Edgar alzando los brazos al cielo, en actitud de ofrecer la citada carta
de reforma, que sostiene en la mano izquierda. El destinatario es Cristo, que
se muestra en la escena superior, encerrado en una mandorla mística sostenida
por cuatro ángeles vestidos de blanco y oro. Cristo sostiene en una mano las Sagradas
Escrituras mientras que con la otra indica su condición de pantocrátor (juez todopoderoso). La presencia de la Virgen María y
San Pedro, a los lados del monarca, se explica por su condición de intercesores
ante la divinidad, pero también por ser los santos patronos del monasterio de
Winchester.
Aunque efectivamente
esta iconografía es un elocuente testimonio de la poderosa alianza entre el
trono y el altar durante la Alta Edad Media en Inglaterra, debe apuntarse un
matiz importante. En la página siguiente del libro hay un breve texto que
explicita con claridad la relación entre el poder político y el poder religioso:
«Así, Aquél que estableció las estrellas se sienta en un trono elevado. El rey Edgar, postrándose y venerándole, le adora». La imagen, por tanto,
ilustra la importancia del patronazgo real a favor de la religión, pero también
señala el límite de su poder, pues no deja de ser un simple mortal. Es
sintomático que sea el único personaje que lleve corona pero no esté
santificado por un nimbo alrededor de su cabeza, como todos los demás.
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