El Juego de los Sabuesos y los Chacales fue un pasatiempo extremadamente popular en la Antigüedad, practicado desde Egipto hasta Irán. Conocido también como Juego de los Caballos y los Sabuesos, por las figuras representadas, o Juego de la Palmera, por el dibujo esgrafiado en el tablero, consistía en una especie de carrera entre dos jugadores que desplazaban varias fichas a la vez. Para ello se utilizaba un tablero perforado con numerosos agujeros, en los que se introducían clavijas rematadas con las cabezas de dos animales distintos, con el fin de diferenciar los dos bandos contendientes.
El ejemplo que mostramos aquí es
especialmente sofisticado, ya que con toda probabilidad perteneció a un
personaje de la nobleza; se conserva en el Metropolitan Museum de Nueva York y
fue hallado por el famoso arqueólogo Howard Carter en la tumba de Reny-Seneb,
en Tebas, en el año 1910. Tiene el aspecto de un pequeño mueble fabricado con madera
de sicomoro y marfil, y está decorado con pintura negra y roja para señalar los
agujeros y estilizar la figura de una palmera en la parte central del tablero.
Las reglas del juego no están claras pero
parece que se trataba de una competición entre dos jugadores, que movían sus respectivas
clavijas para recorrer hileras opuestas de agujeros de acuerdo con el valor que
marcaban los dados. El itinerario debía empezar desde dentro, continuar por las
hileras interiores hasta el extremo y finalmente bifurcarse por las exteriores
hasta llegar al último agujero, situado entre ambas hileras. De acuerdo con
esta hipótesis, ganaba el jugador que antes consiguiera hacer llegar todas sus
piezas a la meta. Otra posibilidad estaría condicionada por las características
singulares de algunos de los agujeros, como su color o anchura, que permitirían
a un jugador capturar piezas del contrario. Así puede apreciarse en el segundo
ejemplo que reproducimos aquí, procedente de Sudán y conservado en el Museum of
Fine Arts de Boston desde 1919. En la mayoría de versiones se han encontrado líneas
dibujadas o arañadas sobre el tablero, que podrían indicar atajos rápidos o también
la obligación de retirar alguna ficha. Todas estas opciones sin duda
enriquecerían las características y las motivaciones del juego, como explicaba
el propio Howard Carter en una publicación académica del año 1912:
«Suponiendo que el símbolo
shen sea la meta, encontramos a cada
lado veintinueve agujeros o, incluyendo la meta, treinta. Entre estos agujeros,
a cada lado, dos aparecen marcados con el signo nefer (“bien”) y otros cuatro están conectados entre sí por líneas
curvas. Asumiendo que los agujeros marcados como “bien” produjeran una ganancia,
sería lógico que los otros, conectados por líneas, conllevasen una pérdida. Los
movimientos podrían darse fácilmente por casualidad o por el efecto de los
dados, y si es así, tenemos ante nosotros un sencillo pero excitante juego de
azar.»
Las actividades lúdicas y de ocio formaban una parte muy importante de la vida en el Antiguo Egipto. Son numerosos los testimonios que se han rescatado a este respecto en los yacimientos arqueológicos. Lo más interesante es que habitualmente aparecen en tumbas, como parte integrante del ajuar funerario del difunto. Esto se debe a que los egipcios entendieron el viaje al Más Allá de manera simbólica, como un juego de azar que había que superar con éxito para acceder a la inmortalidad. Ganar en esta carrera sobre el tablero implicaba lograr la protección de los dioses benefactores y así obtener el merecido descanso de la eternidad.
MÁS INFORMACIÓN:
http://www.metmuseum.org/collection/the-collection-online/search/543867
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