Estas misteriosas imágenes que parecen sacadas
de un «Expediente X» son en realidad una serie de miniaturas medievales
recogidas en el Libro de las aves («De
Avibus» en el latín original), escrito por clérigo francés Hugo de Fouilloy. Este
manuscrito es al mismo tiempo un análisis exegético de la Biblia y un tratado
moral sobre el comportamiento de los pájaros. Esta última parte está fundamentada
a través de numerosas referencias a las Etimologías
de San Isidoro de Sevilla, que era una de las principales enciclopedias de
la Edad Media y un compendio de todo el saber heredado de la Antigüedad
Clásica. En el prólogo, Hugo de Fouilloy explica que el libro fue concebido
como un texto educativo para los monjes del monasterio de St. Nicholas-de-Regny,
del cual era su prior. Por esa misma razón se estima que fue realizado entre 1132
y 1152.
Las increíbles miniaturas que ilustraron De Avibus se hicieron muy populares y, por
medio de más de un centenar de copias y versiones, acabaron formando parte de
los bestiarios o colecciones de animales más conocidas del Medievo. Muchas constituyen
retratos más o menos fidedignos de pájaros, según se conocían en la época a
partir de las descripciones recogidas en la Historia
Natural de Plinio el Viejo, o De
natura rerum de Rabano Mauro. En cambio, otras imágenes, como las que
reproducimos aquí, recrean imaginativamente seres fantásticos de fisionomía
imposible. Estos monstruos aparecieron por primera vez en la literatura griega
clásica (Herodoto, Ctesias, Megástenes), se desarrollaron y consolidaron en los
tratados filosóficos romanos y fueron finalmente recogidos por San Isidoro en el
libro III de sus Etimologías.
Obsérvese el paralelismo entre la descripción escrita y las miniaturas:
«Los cynoscéfalos deben su nombre a tener
cabeza de perro; sus mismos ladridos ponen de manifiesto que se trata más de
bestias que de hombres. Nacen en la India. También la India engendra cíclopes.
Y se les denomina cíclopes porque ostentan
un ojo en medio de la frente. Se los designa también con el nombre de agriophagîtai porque solo se alimentan con carne de fiera. Se cree que en Libia nacen
los blemmyas, que presentan un tronco
sin cabeza y que tienen en el pecho la boca y los ojos. Hay otros que, privados
de cerviz, tienen los ojos en los hombros. Se ha escrito que en las lejanas
tierras de Oriente hay razas cuyos rostros son monstruosos: unas no tienen
nariz, presentando la superficie de la cara totalmente plana y sin rasgos;
otras ostentan el labio inferior tan prominente que, cuando duermen, se cubren
con él todo el rostro para preservarse de los ardores del sol; otras tienen la
boca tan pequeña, que solamente pueden ingerir la comida sirviéndose del
estrecho agujero de una caña de avena. Dicen que hay algunas que no poseen
lengua y utilizan para comunicarse únicamente señas o gestos. Cuentan que en la
Escitia viven los panotios, con
orejas tan grandes que les cubren todo el cuerpo… Según dicen, en Etiopía viven
los artabatitas, que caminan, como
los animales, inclinados hacia el suelo; ninguno supera los cuarenta años. Los
sátiros son hombrecillos de nariz ganchuda, cuernos en la frente y patas
semejantes a las de las cabras. Dicen que en Etiopía existe el pueblo de los esciopodas, dotados de extraordinarias
piernas y de velocidad extrema. En Libia habitan los antípodas, que tienen las plantas de los pies vueltas tras los
talones y en ellas ocho dedos.»
Plinio el Viejo consideraba estos seres
producto de la ingenuidad y el desorden de la naturaleza. Lo cierto es que en
el mundo antiguo y medieval los conocimientos científicos y geográficos eran
limitados, entre otras razones porque en gran parte no habían sido contrastados
por la experiencia. Fuera de los ecosistemas conocidos del Mare Nostrum Mediterraneum,
apenas había pequeñas nociones del resto del mundo. A medida que los europeos
desarrollaron viajes de exploración, rutas caravaneras e intercambios
comerciales con otros países de África y Asia, aumentó el conocimiento de otros
lugares, pueblos y ecosistemas naturales. A pesar de estos avances, la ciencia
y la geografía medieval todavía incluía numerosas imprecisiones, tanto en sus
descripciones escritas como en sus representaciones visuales.
Muchas de estas imprecisiones no se debían a las
lagunas científicas de la época sino a la añadidura de elementos fantásticos o
sobrenaturales, producto del miedo a lo desconocido y de una imaginación acrecentada
por los relatos maravillosos de los viajeros. A raíz del conocimiento parcial transmitido
por aquellos pocos que se habían acercado a otras realidades, los hombres de la
Europa medieval creyeron en la existencia real seres monstruosos, hombres
deformes, tribus de caníbales o personajes mitológicos, como las amazonas. Esto
se explica por la falta de referencias con las que comprender racionalmente
determinados fenómenos, así como por sus diferencias con respecto al mundo
conocido. El caso es que, consciente o inconscientemente, promovió una conciencia
profundamente etnocentrista, según la cual lo europeo era lo único que podía
ser cabalmente explicado y aceptado por las convenciones morales, sociales y
religiosas de la época. Percepción que, lamentablemente, continúa hoy entre
aquellas personas estrechas de miras que son incapaces de mirar más allá de sus
prejuicios y adentrarse por el camino de la exploración científica.
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