Este retrato de la familia del emperador
Maximiliano de Austria es un notable ejemplo de la utilización del arte como
instrumento de propaganda de la monarquía en el Renacimiento. Es un óleo sobre
tabla de 73 x 60 cm realizado por el pintor alemán Bernhard Strigel entre 1516
y 1520. El original, que reproducimos aquí, está en el Kunsthistorisches de
Viena pero también se conserva una copia en lienzo, del mismo autor, en la Real
Academia de Bellas Artes de San Fernando, en Madrid. Las diferencias entre
ambas versiones son mínimas y, aparte de la brillantez de los colores, se limitan
a los letreros en latín que identifican a cada personaje. En los dos casos coinciden
los nombres, por supuesto, pero en la copia de Madrid se suprimieron algunas
referencias simbólicas, inspiradas en la tradición bíblica, que dignificaban a
los personajes.
El cuadro representa en la línea superior al
emperador Maximiliano I de Austria (1449-1519), a la izquierda, según su perfil
característico; le sigue su hijo Felipe el Hermoso (1478-1506), duque de
Borgoña y rey de Castilla por su matrimonio con Juana la Loca; y finalmente María
(1457-1482), gran duquesa de Borgoña y primera esposa de Maximiliano. En la línea
inferior aparecen, de izquierda a derecha, sus nietos Fernando y Carlos, así
como su sobrino Luis. El primero será conocido como Fernando I (1503-1564) y
aunque nació en Alcalá de Henares acabaría siendo, por circunstancias del
destino, Archiduque de Austria y emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.
El segundo, no por casualidad en el centro de la composición, es el futuro
Carlos I de España y V de Alemania (1500-1558). En última instancia aparece el
que llegará a ser Luis I de Bohemia y II de Hungría (1506-1526). En fin, mucha
realeza concentrada en un espacio bastante exiguo, que es oportunamente descongestionado
gracias al bucólico paisaje del fondo.
La obra es característica de los llamados
retratos de familia, bastante habituales en aquella época para su intercambio
entre las distintas cortes europeas. Su función era dar a conocer a los
distintos miembros de una casa real, presentarlos en sociedad para posibles matrimonios,
y por supuesto legitimar su sucesión dinástica al trono. En general se les
solía representar con realismo, para hacerlos fácilmente reconocibles, aunque
no siempre se correspondían con la edad exacta que podían tener en el momento
de ser retratados, así que tienen una dimensión intemporal. A este respecto, el
cuadro repite el perfil prototípico de Maximiliano con su peculiar nariz, copiado
numerosas veces en medallas y otros retratos de la época. También reproduce la
imagen distintiva de Carlos de joven, con su mentón prominente y sus lujosos sombreros
a la moda renacentista.
En el original austriaco, los personajes de la
línea superior aparecen identificados como miembros de la familia de Jesucristo,
a través de las inscripciones en latín. Este recurso iconográfico era frecuente
en la pintura alemana de la época y pretendía destacar la dignidad del
personaje, estableciendo un paralelismo moral entre éste y determinados modelos
tomados de las Sagradas Escrituras. El mismo artista lo utilizó también en otra
obra suya, el Retrato de la familia
Cuspinian (1520). En el caso que nos ocupa, Maximiliano aparece titulado como
Cleofás hermano carnal de José, marido de la divina Virgen; María de Borgoña es
asimilada con María, hermana de Cleofás; Felipe el Hermoso es un trasunto del
apóstol Santiago el Menor; y el príncipe Carlos está etiquetado como el apóstol
Simón el Zelote.
En relación al contexto histórico, la imagen es
además un valioso testimonio de las alianzas políticas establecidas entre las
principales potencias del momento. Más concretamente, el casamiento de Felipe
el Hermoso con Juana la Loca, auspiciado tanto por Maximiliano de Austria como
por los Reyes Católicos de España, provocó que Carlos terminase heredando un
vasto imperio europeo que incluyó todos los territorios mencionados: Austria, Tirol,
el Franco Condado de Borgoña, Charolais, Luxemburgo, Flandes, Castilla, Aragón,
Nápoles y las Dos Sicilias, a los que se añadiría la corona imperial de Alemania
y más tarde las conquistas acometidas por el propio Carlos, como el Ducado de
Milán.
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Resulta curioso constatar que para aquella familia, el futuro Emperador y su hermano carecían de madre.
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