La Escuela Cuzqueña de pintura es una de las
corrientes artísticas más importantes del período colonial en Perú. Se originó
a partir de la obra de varios pintores indios y mestizos, que transmitieron su
particular visión del mundo a través una técnica sencilla, a veces tosca e
ingenua, que adaptaba el lenguaje plástico occidental. Fue en el siglo XVII
cuando este tipo de pintura desarrolló plenamente su personalidad, alejándose
cada vez más de los modelos del Barroco Europeo. Algunas características
específicas son: la desatención a la perspectiva, la fragmentación del espacio
en varias escenas concurrentes, la preferencia por colores intensos propios de
la estética de aquellos países, la presencia de flora y fauna andinas, y la
introducción de personajes vestidos a la manera indígena, como por ejemplo
caciques y guerreros incas. Iconográficamente, ofrecen singulares variantes sobre
temas religiosos y costumbristas.
El cuadro que reproducimos aquí es una versión
anónima del mito de Santiago Matamoros,
que se encuentra en la Catedral de Cuzco. Pintada ya en el siglo XVIII, es un
curioso ejemplo de cómo se adaptaron las ideas religiosas llevadas por los
españoles al contexto social y las formas de expresión cultural del mundo
andino. La imagen es consecuencia del proceso de asimilación de la figura de
Santiago, que aterrizó en Hispanoamérica desde los primeros tiempos de la
invasión. Las crónicas de los conquistadores narran cómo aquellos lo invocaban para
pedir su protección antes de cada combate, y cómo hubo varias apariciones de
Santiago en batallas significativas, como las de Centla, Tetlán, Sangremal,
Jauja y la propia Cuzco. De estos episodios se conservan algunas
representaciones que, en su inicio, seguían el modelo establecido del Matamoros
medieval. Al igual que en la Reconquista Castellana, el santo guerrero se
apareció para ayudar a las tropas españolas a vencer a los enemigos infieles y
legitimar, política y religiosamente, la conquista de América una como cruzada.
También están documentadas numerosas apariciones de la Virgen María con la
misma finalidad, al igual que había hecho siglos atrás en Covadonga.
Esta iconografía fue poco a poco adaptándose a
la realidad sociocultural de América. No tenía sentido representar a los moros
pisoteados por el caballo blanco de Santiago porque entonces los enemigos de la
fe católica eran otros pueblos diferentes. Así que los infieles musulmanes de
Al-Andalus fueron sustituidos por indios paganos, que en caso de la pintura
cuzqueña eran normalmente incas y en otros lugares otras tribus amerindias. El
mensaje era el mismo en todos los casos: la Iglesia católica, aliada con el poder
político imperialista, aplicaba un castigo ejemplar contra las prácticas
idolátricas de los enemigos vencidos. El cambio de la imagen de Santiago «Matamoros»
a Santiago «Mataindios» o «Mataincas» simbolizaba de esta forma el acto de
conquista, dominación política, aculturación y conversión religiosa de los
indígenas a manos de los colonizadores españoles.
Paradójicamente, este proceso de asimilación
llegó hasta el extremo de ocasionar una total inversión de los papeles
iniciales, dando lugar a un sincretismo singular: la mitificación de Santiago
por parte de los indios. Por la influencia de los misioneros y la propia
imaginería relacionada con la supervivencia indígena, el Apóstol acabó
convertido en parte de su propia cultura y religiosidad. Santiago pasó a
valorarse como una figura protectora de los indios y criollos víctimas de la
ambición y el fanatismo extremo de los colonizadores. Y así surgió, ya en el
siglo XIX, la imagen de Santiago «Mataespañoles» en el contexto de la independencia
de las nuevas repúblicas hispanoaméricanas. Un ejemplo de esta rarísima
iconografía la encontramos en esta pequeña escultura de plata, también originaria
de Cuzco, que se conserva en el Museo de las Peregrinaciones de Santiago de
Compostela. Está fechada en el segundo tercio del siglo XIX y desde luego
constituye una impensable vuelta de tuerca a la imagen del Apóstol.
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