En la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva
una abundante cantidad de dibujos arquitectónicos de los siglos XVI al XVIII,
cuya función hoy sabemos que sobrepasaba la mera categoría de bocetos. Por el
contrario, se trataba de verdaderos proyectos para la fabricación de grandes
decorados de cartón piedra, destinados a adornar el espacio urbano con motivo de
las fiestas públicas, tanto cívicas como religiosas. Las dos primeras imágenes que
comentamos hoy corresponden a un proyecto de arco triunfal y a un decorado con
forma de gruta y una gran fuente, que representa el Monte Parnaso. Fueron diseñadas
por Teodoro Ardemans en 1701, para conmemorar la entrada del nuevo rey Felipe V
en Madrid.
Desde el Renacimiento, las expresiones
artísticas empezaron a utilizarse de forma consciente como elemento de
propaganda política y cohesión social, al igual que habían hecho en la
Antigüedad Clásica los emperadores romanos. La monarquía autoritaria
centralizada de la Edad Moderna necesitaba elevar su figura sobre la de sus
súbditos y recurrió a todo tipo de actos propagandísticos y enaltecedores de su
poder, a través de ceremonias políticas y religiosas, incluso fiestas de
carácter lúdico, que servían para poner de manifiesto la magnificencia de su
gobierno.
En el Barroco, las artes se complementaron para
crear una obra de arte total, con el ánimo de generar un fuerte impacto
emocional en el espectador. La interacción de la arquitectura, la escultura y
la pintura dieron lugar a un verdadero medio de comunicación de masas, plasmado
en una concepción envolvente del espacio y en la proliferación de efectos
ilusorios. Historiadores del arte como Bonet Correa, Martínez Ripoll, Soto Caba
y Gómez López han profundizado en la importancia que tuvieron en el Barroco las
arquitecturas efímeras, denominadas así por estar normalmente fabricadas con
materiales perecederos como cartón, yeso, caña, madera, papel y tela. Tales
obras fueron una eficaz estrategia de transformación de la imagen de la ciudad,
no solo con el objetivo de embellecerla sino sobre todo para dotarle de un discurso
iconográfico dirigido a la exaltación del poder. En resumen, se pretendía simular
la realidad, no mostrar las cosas como son, sino como se querría que fuesen,
aunque ello constituyera un falso o una distorsión.
Este cambio de percepción de la imagen de la
ciudad se hizo especialmente evidente en determinados actos públicos vinculados
a la monarquía, los cuales se convirtieron en un pretexto habitual para la construcción
de decorados en las calles. Así sucedió con la entrada triunfal de los reyes en
las ciudades o con la celebración de bodas y nacimientos, éstos últimos de gran
importancia por su carácter de legitimación dinástica. También las festividades
religiosas se vieron dignificadas por arquitecturas efímeras; por ejemplo, las
procesiones de Semana Santa y del Corpus Christi, las celebraciones por la
canonización de nuevos santos, las romerías dedicadas a vírgenes y santos patronos,
y el traslado de imágenes devocionales que tenían especial significación.
En estas empresas participaron artistas de
primer nivel como Cano, Rizi, Coello, Donoso, Herrera Barnuevo, Murillo y
Churriguera, entre otros, quienes ensayaron muy variadas tipologías como arcos,
tablados, tabernáculos, pabellones, altares, cobertizos, tribunas, columnatas, castillos,
carros triunfales, tarascas, tramoyas, pirámides, pedestales, doseles y otros muchos
ornatos que se sobreponían a las fachadas de los edificios, se colgaban de los balcones
o se instalaban en puntos focales de las plazas, con una dimensión teatral muy
propia del Barroco. Capítulo aparte merecen los catafalcos instalados en las
grandes iglesias y catedrales, para permitir la exposición del cuerpo o
simplemente rememorar a los personajes ilustres a los que se dedicaban exequias
fúnebres. Un ejemplo de este tipo de estructuras es el que aparece en la última
imagen, que representa un túmulo construido por Pere Costa en 1746 en la
Universidad de Cervera, para honrar los funerales del rey Felipe V. Es
importante caer en la cuenta de que estas obras de arte eran el perfecto soporte
para el desarrollo de fiestas, torneos, celebraciones laudatorias y
espectáculos de todo tipo, que tenían una importancia fundamental en la
mentalidad colectiva de todos los grupos sociales del Barroco.
En cuanto a los aspectos técnicos relacionados
con la ejecución de estas decoraciones, no parece que fueran fáciles, a tenor de
una anécdota que cuenta el tratadista Antonio Palomino sobre los pintores José Antolínez y Francisco Rizi. El primero consideraba una tarea
menor y poco digna la pintura al temple de estas obras, mientras que Rizi, que organizaba
habitualmente comedias para la Corte, supo castigar la vanidad de Antolínez
haciéndole ver la dificultad que entrañaba:
«Pintábase en aquel tiempo mucho al temple, para las mutaciones de las
comedias célebres, que se hacían a Sus Majestades en el Buen Retiro: y como
Antolínez no concurría a estas funciones, despreciábalas; llamando pintores de
paramentos a los que las ejecutaban. Súpolo Rizi, que las gobernaba entonces
por orden del Rey; y en una prisa, que se ofreció, dispuso que un Alcalde de
Corte le notificase, pena de cien ducados, fuese a pintar al Retiro. Fue el
dicho Antolínez, y habiéndole dado Rizi a pintar un lienzo al temple, mandando
que nadie le advirtiese nada; estuvo todo el día Antolínez haciendo y
deshaciendo, sin entrar ni salir; al cabo de lo cual le dijo Rizi: ¿Ve aquí
vuesa merced lo que es pintar paramentos? Anda muchacho (le dijo a un mancebo),
y lava ese lienzo en aquel pilón; y así se ejecutó, quedando corrido nuestro
Antolínez; corregida, y castigada su vanidad. Porque verdaderamente el pintar
bien al temple con yeso, en lugar de blanco, tiene suma dificultad, y más en
quien nunca lo ha practicado.»
La
importancia que se le dio a este tipo de arte sobrevivió el cambio de dinastía,
pues los Borbones mantuvieron
los mismos protocolos y repertorios para las fiestas públicas. Así, las
arquitecturas efímeras continuaron
utilizándose para hacer ostentación del poder político y religioso, aunque evolucionaron
estilísticamente por la influencia de la Academia de Bellas Artes de San Fernando,
que impuso la progresiva sustitución del Barroco por el Neoclasicismo. Por otro
lado, el pensamiento ilustrado convenció a la monarquía de la necesidad de
disminuir los grandes fastos religiosos de signo contrarreformista, así que los
nuevos eventos adquirieron un carácter más didáctico y trataron de distinguir con
más claridad las esferas de lo sagrado y lo profano.
MÁS INFORMACIÓN:
https://es.wikipedia.org/wiki/Arquitectura_efímera_barroca_española
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