En Madrid nos encontramos ahora mismo confinados por
culpa de la propagación de un tipo de coronavirus que está asolando
prácticamente todo el mundo. En estos momentos de miedo e incertidumbre, en los
que parece claro que los gobiernos no han planificado adecuadamente la
respuesta sanitaria a esta situación, absolutamente terrible, me parece necesario
recordar cómo la civilización humana ha sido capaz de superar otras epidemias a
lo largo de la historia. De ello han dado testimonio numerosas obras de arte que,
más allá de su dimensión estética, se nos presentan hoy como un documento
histórico de gran valor.
La peste fue, sin ninguna duda, una de las peores enfermedades a las que han tenido que enfrentarse las sociedades de Asia, Europa y África desde la Antigüedad hasta bien entrada la Edad Moderna. El historiador griego Tucídides daba cuenta de ella en su Guerra del Peloponeso, describiendo con gran detalle sus principales síntomas:
La peste fue, sin ninguna duda, una de las peores enfermedades a las que han tenido que enfrentarse las sociedades de Asia, Europa y África desde la Antigüedad hasta bien entrada la Edad Moderna. El historiador griego Tucídides daba cuenta de ella en su Guerra del Peloponeso, describiendo con gran detalle sus principales síntomas:
«Se iniciaba con una intensa sensación de calor en
la cabeza y con un enrojecimiento e inflamación en los ojos; por dentro, la
faringe y la lengua quedaban en seguida inyectadas, y la respiración se volvía
irregular y despedía un aliento fétido. Después de estos síntomas, sobrevenían
estornudos y ronquera, y en poco tiempo el mal bajaba al pecho acompañado de
una tos violenta; y cuando se fijaba en el estómago, lo revolvía y venían
vómitos con todas las secreciones de bilis que han sido detalladas por los médicos,
y venían con un malestar terrible. A la mayor parte de los enfermos les
vinieron también arcadas sin vómito que les provocaban violentos espasmos, en
unos casos luego que remitían los síntomas precedentes y, en otros, mucho
después. Por fuera el cuerpo no resultaba excesivamente caliente al tacto, ni
tampoco estaba amarillento, sino rojizo, cárdeno y con un exantema de pequeñas
ampollas y de úlceras; pero por dentro quemaba de tal modo que los enfermos no
podían soportar el tacto de vestidos y lienzos muy ligeros ni estar de otra
manera que desnudos, y se habrían lanzado al agua fría con el mayor placer. Y
esto fue lo que en realidad hicieron, arrojándose a los pozos, muchos de los
enfermos que estaban sin vigilancia, presos de una sed insaciable; pero beber
más o menos daba lo mismo.»
La pandemia más mortífera de peste fue la llamada
Muerte Negra de 1348. Procedente de China, igual que el COVID-19, por cierto, se
extendió hasta Oriente Medio y la Península de Crimea, pasando después a Grecia
e Italia, transportada por las pulgas de las ratas que viajaban en los barcos
de los comerciantes venecianos y genoveses. A continuación, se diseminó por
toda Europa y hasta su extinción, en 1361, provocó la desaparición de casi la
mitad de su población. Resulta difícil de explicar cómo se extendió tan
rápidamente en una sociedad predominante rural y con baja densidad de
población, como la de aquel entonces. La brevedad del intervalo entre la infección
y la muerte, y la elevada mortalidad, apuntan hacia un tipo muy virulento de
enfermedad. La epidemia cruzó las fronteras con suma facilidad, no sólo entre
países sino también entre animales y seres humanos, que se contagiaban y morían
prácticamente a la vez.
El principal inconveniente con que se enfrentaron
los hombres y mujeres de la época es que no existía cura conocida. Lo único que pudieron hacer es aislarse todo lo posible de la infección y sacar los cadáveres de las ciudades para enterrarlos con cal, la mayoría en fosas comunes bien alejadas. Una narración contemporánea de William Dene,
de Rochester, explicaba que «esta enfermedad devoraba a tal cantidad de gente
de uno y otro sexo, que era casi imposible encontrar a alguien que trasladara
los cadáveres al cementerio; hombres y mujeres llevaban los cuerpos inertes de
sus pequeños a la iglesia […] y los arrojaban allí en tumbas comunitarias, de
las que surgía un hedor que impedía pasar por el camposanto».
La imagen que reproducimos hoy es una de las representaciones
más tempranas de la Peste Negra, por haberse dibujado en el punto álgido de la
epidemia. Se trata de una miniatura medieval fechada en 1349, que forma parte
de las Crónicas de Gilles Li Muisis, abad del monasterio de San Martín de
los Justos. La abigarrada imagen de este manuscrito, que hoy se conserva en la Bibliothèque
Royale de Belgique, no muestra el desarrollo de la enfermedad o sus síntomas,
sino la sensación de caos social producido por la elevada mortandad en la
ciudad belga de Tournai. Así, las consecuencias devastadoras de la peste se expresan
mediante la actividad frenética de un grupo de personas que acarrean ataúdes por
la izquierda, mientras otros cavan sepulturas en el suelo y un último par de personajes,
a la derecha, entierran apresuradamente un féretro. La tristeza de algunos rostros
se mezcla con la resignación y la falta de expresividad de otros, que asumen la
fatalidad de su destino.
Los moralistas y eclesiásticos de la época hicieron
creer que la peste era un castigo de Dios por los pecados cometidos por la
humanidad. Como consecuencia de ello, desarrollaron una espiritualidad
exacerbada, censuraron los excesos morales e impulsaron acciones de penitencia.
El movimiento flagelante adquirió una gran popularidad, a pesar de la oposición
del Papado: los hombres, con los torsos desnudos, se fustigaban con látigos
para expiar sus culpas, lo que en realidad facilitaba el contagio. Pero la
muerte le llegaba tanto al virtuoso como al pecador y ningún remedio, por
místico que pareciese, funcionaba contra la enfermedad. Otros buscaron una
explicación más terrenal y acusaron a determinados sectores de la sociedad de
envenenar los pozos y conspirar para transmitir la peste. Los marginados, los pobres,
los proscritos y los judíos se convirtieron en blanco de discriminación y a
veces de linchamientos en masa.
La Peste Negra supuso, desde luego, un punto de
inflexión en la Edad Media Europea y sus consecuencias a largo plazo terminarían
por afectar al sistema feudal. En el siglo XV se experimentaron notables
cambios demográficos, sociales, económicos y culturales que condujeron a la
civilización hacia la Edad Moderna, en la cual eclosionó un nuevo sistema de
relaciones entre el hombre y el cosmos. La epidemia de coronavirus que estamos padeciendo
en la actualidad debería servirnos para trazar el futuro de manera positiva, y
empezar a construir un nuevo modelo de sociedad más justo, humano y solidario.
MÁS INFORMACIÓN:
https://academiaplay.es/peste-negra-pandemia-viejo-mundo/
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https://academiaplay.es/peste-negra-pandemia-viejo-mundo/
Muy interesante tu información
ResponderEliminarMuchas gracias. Sigue bien...
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