Esta vasija de arcilla, que se conserva en el Museo de Carmona
(Sevilla), es una de las piezas de cerámica más emblemáticas de la cultura tartésica
y de sus fecundas conexiones con Oriente Próximo. Tiene una altura de 75 cm y
una forma abombada, siendo su diámetro máximo de 49 cm. La boca es ancha y presenta
un reborde exterior del que parten cuatro asas trigeminadas cortas, que se
apoyan sobre los hombros de la vasija. Fue elaborada entre el 650 y el 550 a.C.
con un torno, y posteriormente policromada con tonos negros,
rojos y amarillos.
La decoración
se distribuye en tres secciones: una banda superior, por debajo de las asas,
con motivos geométricos, otra inferior formada por tres bandas paralelas, y una
zona central más amplia con figuras. El nombre del vaso proviene de las figuras
dibujadas en esa zona central, cuatro grifos que forman una especie de cortejo
entre flores de loto estilizadas. Los grifos son animales mitológicos de
carácter híbrido, que se componen de una parte delantera con forma de águila
gigante, con plumas blancas, grandes alas, pico afilado y fuertes garras, y una
parte posterior con forma de león, patas musculosas y larga cola. Originarios
de Oriente, fueron ampliamente representados en pinturas y esculturas de Mesopotamia,
Persia, Grecia y otras civilizaciones del Mediterráneo. En el mundo griego
estaban asociados a Apolo y además vigilaban las cráteras de vino del dios Dionisios.
En el caso de
Carmona, las cabezas de los grifos están efectivamente pintadas de blanco, las alas están perfiladas con negro, los
cuerpos coloreados de rojo son de ciervo y los rabos parecen de toro. Como curiosidad, los animales
están vestidos con una especie de faldellín bordado y desfilan de manera solemne,
lo que hace pensar que tienen un significado simbólico. De hecho, la vasija fue
hallada en una estancia de uso religioso, junto con otros objetos rituales como
cucharas de marfil, vasos con decoración vegetal y ofrendas de cerámica, durante
unas excavaciones realizadas en 1992 en la casa-palacio del Marqués de Saltillo.
En resumen,
se trata de un claro ejemplo de la influencia orientalizante introducida en la Bética como consecuencia de las relaciones comerciales y culturales producidas entre Tartessos y otros pueblos del Mediterráneo, en particular los fenicios. La
técnica y la tipología de vaso, así como los motivos mitológicos y decorativos
de ascendencia oriental, se repiten en otras piezas de cerámica de este mismo período encontrados en el Valle del Guadalquivir. El estado de conservación de la vasija es excelente y las pinturas siguen teniendo gran vivacidad, aunque algunos
fragmentos cerámicos se han perdido y han sido reconstruidos en color neutro.
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