Esta pintura de Gustav Klimt resulta desde luego apropiada para un día como hoy, víspera de Todos los Santos. Fue realizada al óleo entre 1908 y 1915, mide 198 x 178 cm y se conserva en el Leopold Museum de Viena. Es una de las obras más conocidas del pintor austriaco, y sintetiza a la perfección su particular estilo, a caballo entre el Simbolismo y el Art Nouveau. El Simbolismo se expresa en el tema del cuadro, en el que se puede distinguir la figura aislada de la muerte enfrentada a un conglomerado de figuras, que representan aspectos de la vida humana. El Art Nouveau, por su parte, se aprecia en el uso de líneas oscilantes, el decorativismo y un colorismo exacerbado, que se extiende por los ropajes llenos de flores y motivos geométricos.
Compositivamente, llama la atención la forma en que se destacan los dos elementos del cuadro sobre un fondo neutro formado por manchas grises y verdosas. La distancia espacial y simbólica entre ambos elementos se acrecienta por el enorme vacío existente en el medio. A la izquierda, la figura exageradamente alargada de la muerte se presenta encorvada y envuelta en una especie de sudario oscuro, ornamentado con cruces y círculos. Es un esqueleto que sujeta con sus manos huesudas un cetro, que parece un garrote, y mira al grupo de la derecha esbozando una macabra sonrisa. Este grupo tiene un carácter alegórico y está formado por las distintas etapas y aspectos de la vida humana. Están entremezclados, cubiertos de telas y en posiciones diversas, generando un totum revolutum de gran riqueza cromática. Se pueden identificar hasta cuatro rostros de doncellas jóvenes, una madre sosteniendo a un bebé, una anciana cubierta con un pañuelo y un hombre consolando a una mujer.
La relación espacial entre estas figuras es profundamente caótica y sugiere movimiento aunque todas, menos una, tienen los ojos cerrados, como si se hallaran en un sueño profundo. Por tanto, se muestran ensimismados en su propia existencia, completamente ajenos al peligro. Solo la anciana parece consciente de la amenaza que acecha al otro lado y demuestra una actitud reverente, resignada. Por el contrario, la muchacha del extremo izquierdo mira a la muerte con los ojos abiertos de par en par; su ausencia de miedo podría justificarse por la ingenuidad típica de la juventud, pero en realidad el rostro está desencajado y la mirada vacía, lo que nos lleva a pensar en la locura, la única causa que haría olvidarse de la gravedad de la muerte.
El cuadro representa el conflicto entre los dos polos de la existencia humana, entre la oscuridad y la luz, entre las múltiples posibilidades de la vida y la nada más absoluta. Su fuente de inspiración son las danzas macabras del arte medieval, a la que el artista añadió una serie de detalles importantes para la interpretación de la obra. Primero, el perfil de todo el conglomerado de las figuras es oval, lo que puede ser una referencia al huevo cósmico, el origen de la vida y del mundo sugerido por muchas culturas antiguas. Segundo, el extremo superior parece un jardín de flores, una alusión a la primavera y, por ende, a la generación de vida. Tercero, los personajes se abrazan y en cierto modo se protegen unos a otros, participando del Amor como fuerza común frente a la muerte. Cuarto, las cruces que ornamentan la túnica del esqueleto remiten a las lápidas y los monumentos de los cementerios. Por último, la oposición entre ambos estados se muestra también en la gama de colores, fríos para la muerte y cálidos para los personajes vivos. Se trata, pues, de una brillante actualización del tema de la muerte en el arte.
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