Este cuadro de
Valdés Leal está perfectamente documentado gracias a las fuentes históricas y a
una inscripción que hay en la esquina inferior izquierda, sobre un papel, que
dice: «A Don Miguel de Mañara Vicentelo de Leca. Caballero de la orden de
Calatrava gde Dios. Provincial de la Hermandad y ermano mor de la
Sta. Caridad de Nuestro Señor Jesucristo p. mor. R. Sevilla». Fue realizado
seguramente después de la muerte de este personaje, con el fin de homenajear su
memoria como fundador de esta prestigiosa institución de caridad.
Mañara aparece
retratado ante una mesa, sobriamente vestido de negro con golilla blanca. La
mesa también está recubierta con un tapete negro, aunque en ella destacan ricos
bordados dorados, un gran crucifijo sobre un corazón en llamas y dos urnas
azules de madera que se utilizaban para las votaciones del cabildo de la hermandad.
Son puntos de color que animan una escena en general oscura y solemne,
enfatizada por la actitud del niño sentado a la izquierda, vestido con el
hábito de enfermero de la Caridad, que se lleva un dedo a la boca para rogar
silencio.
El gesto
elocuente del protagonista y el título de uno de los libros que hay sobre la
mesa, Discurso de la Verdad, explican que está proclamando ante el cabildo
las reglas de la hermandad. Miguel de Mañara era el heredero de una acaudalada
familia de comerciantes de origen corso, que había llevado una vida disoluta
hasta que murió su esposa en 1661, sin haber tenido hijos. Entonces entró en un
período de honda reflexión personal, planteándose incluso hacerse religioso. Se
retiró por espacio de cinco meses al eremitorio carmelita del Desierto de las
Nieves, en la serranía de Ronda, donde practicó la oración y la penitencia. Esta
experiencia derivó en su entrega total a Jesucristo y su renuncia a los bienes
terrenales. Conoció al hermano mayor de la Hermandad de la Santa Caridad de
Sevilla, don Diego de Mirafuentes, con quien entabló un diálogo profundo que le
llevó a su ingreso como hermano de esta corporación, dedicada a enterrar a los
ahogados que devolvía el río, los muertos que aparecían por las calles y los
ajusticiados. El 27 de diciembre de 1663 Mañara fue elegido hermano mayor de la
cofradía y dio un gran impulso a su labor.La historia de
esta conversión es típica de la espiritualidad del Barroco. Para el personaje
en cuestión fue una forma de expiación de sus propios pecados, puesto que, tal como
confesó en su testamento «sirvió loco y ciego a Babilonia y bebió el sucio
cáliz de sus deleites, cometiendo mil abominaciones, soberbias, adulterios,
juramentos, escándalos y latrocinios, cuyos pecados y maldades no tienen fin».
Más aún, en su lápida funeraria mandó poner «aquí yacen los huesos del peor
hombre que ha vivido en el mundo».
Para el resto
de los mortales, Mañara era un ejemplo de vida caritativa con los pobres que
debía imitarse para ser un buen cristiano. La escenografía barroca del fondo
del cuadro refuerza este recordatorio moral. La pintura de la pared es una
alegoría del Monte de Dios, que se cita en el preámbulo de la regla de la hermandad.
Es un cuadro dentro del cuadro que constituye un artificio habitual del Barroco
y recuerda la necesidad de alcanzar la salvación. A la izquierda se vislumbra
un bargueño sobre el que están colocados un libro, un reloj de arena, una
calavera y un búcaro de cristal con tulipanes, elementos todos característicos
de la vanitas, una representación visual que alude a la brevedad de la
vida y lo efímero de las glorias humanas.
El mensaje que
el propio Mañara quiso transmitir fue plasmado en un amplio ciclo decorativo pintado
por Murillo para la nueva iglesia de la cofradía, entre 1666 y 1672. El mismo
pintor había ingresado en la hermandad en 1665 y su decoración fue complementada
con otras obras de Valdés Leal y el escultor Pedro Roldán. El programa
iconográfico aludía a la práctica de la caridad en todas sus obras de
misericordia: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, redimir a
los cautivos, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, curar y dar consuelo
a los enfermos.
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